jueves, 1 de julio de 2010

Las Aventuras del Capitan Alatriste







Acabo de volver a ver la pelicula, pero despues de haber leido los 6 libros, y naturalmente, pese a la extraordinaria produccion, a la notable actuacion de Vigo Mortensen, y lo increible de la fotografia, etc, etc... pues quedo desencantado en tanto qeu La OBRA es muchisimo mas completa.

La pelicula no recoje el espiritu de la obra, el Madrid del siglo de Oro a nivel cultural o La España y su fin como imperio hegemonico a nivel mundial. Desde Flandes a Rocroi, contra Holandeses o Franceses, España le hacia la guerra a todo el mundo, pero la obra recogia a Quevedo, Lope de Vega, Gongora, Cervantes, los usos y costumbres de la epoca y la temible armada española, esa que muchas veces ganaba combates y batallas pero perdia guerras por ineficiencia de sus gobernantes.

En ese contexto tenemos a un gran guerrero, un mercenario llamado Diego de Alatriste y Tenorio y con el, toda su parafernalia de amigos, protegidos, enemigos, desde el REy Felipe 4, hasta Caridad la Lebrijana.

La obra es para mi, Mi quijote, y me ayuda a entender a horrores los problemas que tenemos los sudamericanos, no es una guia exacta, son inexactitudes que reglejan el siglo16, y que se ven aun hoy en dia.

La Pelicula eso si, no tiene nada de los corsarios de Levante ni de limpieza de sangre, pero si tiene algunos datos interesantes, Iñigo en la galeras, Alatriste pidiendole favores a Maria de Alquezar, el ultimo Duelo entre Alatriste y Malatesta, donde Alatriste queda mal herido e Iñigo matandolo finalmente en duelo limpio, la Salvacion de Iñigo coincide con la sellada final de su amistad, y como esa vieja generacion de mercenarios que tenian la gracia del honor consigo, moriria finalmente en esa batalla de Rocroi, incluido el ya viejo Capitan. La Sifilis de Maria de Castro y la enemistad del Conde de Guadalmedina, despues de haber sido intimos.

Los personajes maduran, no cambian, al contrario, se desarrollan, y eso tambien es rico para la historia. Lo unico que se mantiene es la mirada glauca en el capitan, al momento en que lo desafian o frente a alguna afrenta.

En general, la obra esta escrita con tal nivel de conocimiento de la historia española por parte de Perez Reverte que nos regala una obra cumbre, llena de detalles que nos trasladan a la epoca, algo muy dificil, al no tratarse de un escritor consumado, pero que ya esta en la Real Academia.

Que es Alatriste? Heroe Ejemplar o un Asesino consumado? Un caballero o un errante, Capaz de dar la vida por un Amigo pero corta la cara a una dama? Alatriste, es simplemente hijo de su tiempo, solo eso, y tiene un grandioso escritor con la sensibilidad necesaria para describirlo de la manera JUSTA.


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La épica del desencanto
JOAQUÍN ARNÁIZ La Razón - 16/12/2006


La épica es el verdadero otro lado del espejo de la lírica. Y así, el héroe épico por mucho que luche por su amada vive preparándose para morir, escuchando siempre en la lejanía el sonido del cuerno de Roldán. En este volumen, ya el sexto de la saga, el capitán Alatriste es, en mi opinión, más héroe épico que nunca (quizá enlazando con el Alatriste de «El sol de Breda»), y está más desesperadamente solo que nunca, incluso con su Íñigo ya batiendo las alas de la adolescencia rebelde. Y con la determinante presencia constante del tiempo que modifica para siempre la vida de los personajes. «El tiempo muda unos lugares y respeta otros. Pero siempre te cambia el corazón», dirá en un momento Alatriste.

En este sentido, creo que el personaje de Pérez-Reverte es diferente cuando está en España que cuando sale al exterior, quizá porque el verdadero héroe está siempre en camino, y de hecho es en el Camino del Grial que encuentran grandeza y muerte los caballeros de Arturo. Y en esta novela, Alatriste e Íñigo, embarcados en las naves de la flota real y visitando Malta, Nápoles y las propiedades españoles norteafricanas, allí donde vegetan viejos soldados de los Tercios, abandonados por su rey y condenados al olvido, son quizá más épicos que nunca.

Alatriste, aquí, quizá está más cerca de la ética del samurai que en sus ámbitos hispánicos. Poco importará ya luchar por el rey o por un quimérico imperio, sino que más bien una extraña mezcla de «beau geste» y de penurias económicas les guiarán a la muerte y a la gloria. Alatriste sabe que su único oficio es la guerra, que funcionarios y mercachifles se están comiendo un imperio que ya nadie defiende en la Corte, y así escuchará esto de un viejo soldado: «Dime qué le importa a un escribano, a un juez, a un funcionario real, a un tendero, a un fraile, que en las dunas de Nieueport nos retiráramos impasibles y banderas en alto, sin romper el tercio...».

Ahora, las aventuras de Alatriste y sus compañeros están teñidas de una cierta amargura, donde sólo las feroces batallas contra los turcos (enemigos, sí; pero no resguardados tras papeles y ordenanzas) y ejemplares venganzas (disparar las cabezas de los enemigos con un cañón hacia el campo adversario) parecen animar por un momento a estos soldados profesionales, que, al fin, sólo terminarán luchando porque no saben hacer otra cosa, y porque en un tiempo de siervos es el único lugar en que se puede tener honor, aunque no sea más que muriendo en el campo de batalla.Un libro éste que incluso puede ser leído independientemente (Pérez-Reverte va mostrando retazos de pasado y de futuro del Capitán Alatriste, y pronto el lector tiene un personaje perfectamente construido), y que irá conduciendo al lector de pasaje iniciático (la rememoración de la caída de Osuna o la vida de los galeotes en las galeras) en paisaje iniciático hasta la batalla marítima final, con la creación de ese fascinante caballero de la Orden de Malta navegando, orgulloso y victorioso, al fin, contra la muerte.

Más que aventuras. Pero, atención, no es una novela de aventuras ésta, o por lo menos no es sólo una novela de aventuras. Sino que en ella Pérez-Reverte nos habla de una sociedad que enviaba a sus hombres como pajes a los trece años a los Tercios de Flandes; de la vida y existencia de los moriscos arrojados de España, de una época en que, como dice el novelista, «para crear el infierno así en el mar como en la tierra no eran menester más que un español y el filo de una espada». Ahora, en este tiempo en que tan mala propaganda tiene la épica, sorprenderá al lector de este relato que se publique una obra como ésta última de Pérez-Reverte, donde se habla de temas como la decadencia y aparecen aventuras sangrientas, botines y barcos tomados al asalto, pero también, y sobre todo, de aquello que tan bien cantó Saint-John Perse: «Tras el orgullo, he aquí el honor, y esta claridad del alma floreciente en la espada grande y azul».

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El último Alatriste
SANTIAGO DELGADO El Faro de Murcia - 05/1/2007

Ya he leído Corsarios de Levante, la última entrega de Arturo Pérez Reverte sobre el soldado español del Siglo de Oro. Ahora le toca el Mediterráneo. El buen marinero que es Pérez Reverte nos lleva desde la Isla de Alborán hasta el cabo Negro, en la costa egea de Anatolia. Es la mejor de todas las novelas alatristinas. Quizá también, si incluimos las otras.

El autor se ha dado cuenta de que había idealizado demasiado a su héroe, y en esta novela, además de hacerlo cansado, héroe cansado, lo hace ordinario y casi despreciable. A ratos. En otros nos devuelve al Alatriste de siempre. Vemos a un capitán Alatriste, borracho en Nápoles, saqueador en Orán y peleado con su ahijado Lope de Balboa, narrador de la serie.

Comienza la novela haciendo un alegato brutal de la expulsión de los moriscos de Valencia y otras partes del reino, por el albor del XVII. Hay páginas que se unirían de grado a los más acerados textos de la leyenda negra sobre la España Imperial. La cabalgada de soldadesca española sobre los pobres beduinos de Orán es espeluznante. Hay, ciertamente, intención del novelista de ajustar cuentas con cierto sentido interpretativo de su serie como halagadora del sentimiento de lo español, acaso en peligrosa cercanía con fundamentalismos ideológicos de lo cavernario. La crueldad de la guerra descrita no obvia a los españoles, antes al contrario, se ceba en ellos como protagonistas, a todo lo largo de la novela.

Excelente y ajustado, realista con donaire, es el retrato del Nápoles del Virreinato, con la tropa española pululando por las calles, junto a toda la mezcolanza de razas de la ciudad partenopea. Lances, juegos, pendencias, lindas tapadas... ocasiones todas propiciadas por el aburrimiento en tanto no llega orden de embarque para utilizar la patente de corso, en pro de la Religión, el Rey y la propia honra.

En sus páginas vemos cómo se ahorca a un inglés, pirata que no corsario; cómo turcos despellejan cristianos; cómo muere un capitán vizcaíno defendiendo a España; cómo se asalta codiciada presa turca; cómo se libera a un galeote tras veintidós años cautivo al remo; cómo un adolescente, Iñigo de Balboa inicia los pasos para afrontar su decisivo y freudiano matar al padre, que no es otro que Alatriste; cómo el carisma alatristino alcanza a un bereber descendiente de cristianos, el noble Moro Gurriato. Y cómo se maniobra a la vela, con el instrumental de las galeras del tiempo. Todo incardinado en las dos biografías que se cruzan incesantes en la serie: la ascendente de Balboa, y la descendiente de Alatriste.

Y con un lenguaje que trasciende a Quevedo, que sobrepasa a Mateo Alfarache, y que alcanza en piedad y realismo a Miguel de Cervantes. Un idioma español que supera en concisión conceptista y léxica al mismo Valle Inclán. Estamos, creo, ante una obra maestra. Celebremos que este escritor español es cartagenero. Vale.


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Guerras fraternales
JUSTO NAVARRO El País - 02/12/2006

Nadie se ha arrepentido de ser valiente, o eso oí una vez, y valiente es Diego Alatriste, capitán crepuscular y cansado en un mar fabuloso de cristianos contra musulmanes, el Mediterráneo, matriz de razas, lenguas y viejos odios fraternos: "Nadie se degüella mejor y más a gusto que quien harto se conoce", ahora y en 1627, cuando empieza Corsarios de Levante. El pasado es también un país de aventuras.

A bordo de La Mulata, galera de 24 bancos, en persecución de un bajel berberisco, viajamos hacia un turbión de peripecias, de Cartagena a los Dardanelos, entre abordajes y matanzas, amistad, valentía, lealtad, y sus contrarios. Arturo Pérez-Reverte imagina con fervor lo perdido, la materialidad y el alma de un siglo XVII de soldados: cómo se navegaba, se combatía, se vivía, se padecía y se gozaba. Dos cronistas lo cuentan: un narrador sin nombre e invisible, que sigue a Alatriste hasta el fondo de su conciencia, y el feliz Íñigo Balboa, testigo de los hechos, huérfano de veterano en Flandes y protegido del capitán.

Balboa, alegremente engreído de su juventud, se presenta como "bachiller en Flandes y licenciado en las galeras del rey". Es soldado, pero todavía no es el hombre que cree ser, ni el que debería, o eso le dice Alatriste, pues Balboa, a sus 17 años, ya se le sube a las barbas. Ya no ve en el capitán lo que veía. Pero Alatriste aparece más sólido y más próximo en su nueva aventura, ojos claros y atentos bajo el sombrero viejo, parco en palabras y ademán, sólo rico en cicatrices y muertos a sus espaldas, amigo de diluir la memoria excesiva en vino. Ahora vemos el gesto de Viggo Mortensen sobre la cara que dibuja Joan Mundet.

En un momento de distancia entre el héroe humilde y el discípulo soberbio, el discípulo envidia la forma de morir que le supone al capitán: la calma digna, el conocimiento de lo que significa vivir. Alatriste y Balboa se disponen para un combate probablemente desastroso, en franca inferioridad, y la mirada de Balboa sobre su protector nos deja ver dos cosas: la valía de los dos amigos y el afecto del joven hacia el viejo. "Joven, gallardo y español bajo las banderas de la famosa infantería de España, mayor potencia y azote del orbe", el casi adolescente Íñigo Balboa es visto con aprecio e ironía, como si lo mirara el capitán.

El Mediterráneo de 1627 fue una sorda guerra civil que Alatriste vive con el recuerdo de 1609: la expulsión de los moriscos, aquel sangriento episodio entre españoles. Pero la acción aplaza las cavilaciones, y un abordaje nos espera frente a Alborán, en Orán un asalto, piratas ingleses en Lampedusa, una batalla tabernaria y campal entre españoles y venecianos en Malta, lances de garito en Nápoles, la caza de un botín fabuloso en las costas de Anatolia, el rapto de la favorita del bajá de Chipre, el encuentro mortal con ocho galeras turcas en el Cabo Negro. La galera, por fin, será "una astilla ensangrentada", y el combate ha sido onomatopéyico, en primer plano. Crock, se rompe una nariz. Ris, ras, el puñal abre un cuello. Zumban las moscas sobre la sangre en cubierta.

Arturo Pérez-Reverte imagina y nombra aquel universo: armas y barcos y sensaciones, cómo se mide el tiempo allí. En cargar el arcabuz se emplean dos avemarías, lo que falta para el ataque se mide en credos, dos credos, y la soldadesca reza con diversos acentos, de vizcaínos a andaluces, todos en latín católico y al servicio del rey, sólo unidos "en rezar y matar". Y, quizá porque la literatura española valió alguna vez para construir nuestra conciencia lingüística y civil, Alatriste emprende la batalla decisiva llevando en el bolsillo los Sueños, que acaba de mandarle Quevedo. También Cervantes y Lope de Vega pasan por este Alatriste apasionado y asombrado ante el mundo ido.


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Maestro en el arte de contar una historia
ÁNGEL BASANTA El Cultural - 09/1/2004

Los hechos narrados en El caballero del jubón amarillo se localizan en el Madrid de los Austrias menores en torno al año 1626, con Felipe IV y el gobierno del imperio español en manos del poderoso valido el conde-duque de Olivares.

El marco histórico-cultural de lo contado en este quinto volumen de Las aventuras del capitán Alatriste se centra en el mundo del teatro, tras haberse inspirado los anteriores, respectivamente, en la estrategia política, la Inquisición, la guerra de Flandes y el oro de América. Así, El caballero del jubón amarillo comienza con el estreno de una comedia de Tirso en el Teatro de la Cruz, con asistencia de Alatriste y su amigo Quevedo, y termina con una escena de impronta teatral y posibilidades cinematográficas presidida por la gravedad del rey en su recompensa a Alatriste por haberle salvado la vida, aunque el desengaño y el pesimismo del barroco en que históricamente nos hallamos pongan en evidencia la falsedad de tan vistosas apariencias.

Este capitán Alatriste descubre ángulos oscuros y un poso de amargura que antes no afloraban en el valiente soldado victorioso de Italia y Flandes. Ahora se parece más a los héroes cansados de las novelas mayores de Pérez-Reverte, con profunda nostalgia del pasado, aunque hubiera que vivirlo en "el barro y la mierda de Flandes", como le dice un viejo colega bien situado ahora en la Corte. Esta percepción más negativa del soldado y espadachín a sueldo se debe también a que su joven paje Íñigo Balboa, narrador de la novela, ha crecido, tiene ya dieciséis años con cicatrices propias y se considera incluso "veterano de Flandes". Por eso en su relato, escrito desde la vejez pero con la visión de los hechos apegada al momento en que transcurren, revela que en sus experiencias compartidas con Alatriste no siempre le gusta lo que ve, pues "a medida que pasaba el tiempo y mis ojos se hacían más despiertos, yo veía cosas que habría preferido no ver". Todo ello conduce a un Alatriste más oscuro, pendenciero y matón, también más desengañado. Para lo cual el mundo del teatro proporciona el adecuado telón de fondo con sus apariencias y disfraces dispuestos para la representación. Aquella España iba camino de su decadencia. Y la serie de Alatriste pone ya los primeros signos a la vista, con un rey que no gobierna y se entrega a su afición a las mujeres y a la caza, con la corrupción política y social dominando el picaresco espectáculo español y con todo tipo de rencillas, maquinaciones y fechorías alimentadas por el arribismo.

La novela reúne una buena colección de lances, raptos, tercerías, emboscadas y conspiraciones que configuran una intriga construida con la habilidad característica de Pérez-Reverte, maestro en el arte de contar una historia con la precisa gradación climática, ajustando los momentos de suspense con nuevas informaciones al final de algunos capítulos para desarrollarlas en los siguientes, cuidando la plasticidad y la composición de algunas escenas distribuidas con acierto a lo largo de la novela por medio de la narración alternante del viaje de Alatriste a El Escorial para aclarar la falsedad de la acusación vertida contra él y las maniobras de Íñigo y Quevedo en su afán por salvar al capitán de las trampas que le han tendido sus enemigos. Así se llega hasta el clímax final en la reunión de todos en la finca de caza donde está a punto de consumarse la conspiración política en la que han participado los malvados Malatesta y Alquézar, con implicación de Angélica y sus encantos amorosos para enredar a Íñigo Balboa. Al cabo todo venía preparado porque la terquedad de Alatriste, siempre leal a su rey, no consentía, en cambio, en tener que ceder al capricho real los favores de la actriz con la que él se solazaba. Por eso el teatro es marco propicio para ambientar esta historia de amores y venganzas, represalias y conspiraciones en la política de la época, odios y amistades en las letras de nuestro Siglo de Oro. Con mayor intensidad que en otras entregas anteriores, el estilo recrea la lengua del Siglo de Oro, con su léxico, modismos y frases hechas, numerosos versos e incluso algunas voces de germanía, todo ello bien integrado en un texto de suma eficacia narrativa.


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Sombras de Alatriste
A. MONTANER FRUTOS El País - 15/11/2003

Al cabo de tres años (El oro del rey apareció en 2000), el capitán Alatriste regresa a la palestra con la quinta entrega de sus aventuras. La que en un principio iba a ser La venganza de Alquézar sale a escena finalmente como El caballero del jubón amarillo, esquivo personaje que, si el seudónimo no engaña, habría dedicado un soneto a Íñigo Balboa en el apéndice poético a El sol de Breda.

El Alatriste que ahora reaparece lo hace no sólo en los anaqueles de las librerías, sino también en el escenario de sus dos primeros lances, la Villa y Corte. Junto a personajes que, como don Francisco de Quevedo o el conde de Guadalmedina, no habían dejado de estar presentes en las últimas entregas, este retorno a Madrid devuelve al lector a otros viejos amigos del protagonista y de sus lectores, como Caridad la Lebrijana o el alguacil Martín Saldaña, al igual que a los antagonistas del capitán, como el secretario del rey Luis de Alquézar, su sobrina Angélica o el contrapunto del propio Alatriste, ese álter ego en negativo que es Gualterio Malatesta. Además, como telón de fondo que a veces parece adquirir papel propio, cobra realce el viejo Madrid que con tanto detalle retrató el plano de Texeira y que en esta ocasión tiene, como puntos destacados, los corrales del Príncipe y de la Cruz, por un lado, y el Alcázar Real de Madrid y El Escorial, por el otro. Esta duplicidad de escenarios principales (a los que acompañan tabernas, mancebías y corralas) es fiel trasunto de un relato que se desarrolla en dos frentes: el del mundillo teatral que asiste al declive del viejo Lope y al afianzamiento del joven Calderón, y el de las intrigas palaciegas y conventuales en torno al destino de la que aún entonces parecía ser la monarquía más poderosa de la tierra.

La trama arranca de una relación amorosa (o más bien, galante) que deriva en abierta competición por los favores de una bella comedianta, María de Castro, quien mantiene relaciones con Diego Alatriste y a la que le surge otro pretendiente. Claro que para el capitán habría sido cuestión de poco momento, toda vez que su imbatible espada (que hasta deja trazos sobre el cuerpo de Lopillo, el hijo del Fénix, nada más empezar la novela) le garantizaba la exclusividad de las carantoñas de la actriz, si no fuera porque el nuevo rival no era otro que el mismísimo Rey Planeta, como la adulación cortesana dio en apodar al cuarto Felipe. Cuando la pasión se convierte en razón de Estado, las circunstancias pueden volverse harto complicadas. Si, además, hay quien pretende pescar a río revuelto, las consecuencias pueden ser impredecibles...

En estos lances de menos amor que puntos de honra y de menos sentido del honor que ansias de poder, desempeña un papel fundamental, en parte a pesar suyo, Íñigo Balboa, encandilado una vez más por los perniciosos, por más que innegables encantos de Angélica de Alquézar. Pero además de este protagonismo en la acción, Íñigo lo desarrolla también en la narración. No sólo porque siga siendo él quien refiere estas aventuras, sino porque en este caso su punto de vista alcanza particular relevancia. En las anteriores entregas, aunque la voz era la suya, el acento era del capitán, y si desbordaba su posición de narrador testigo para pasar a serlo omnisciente, era en buena medida porque veía el mundo a través de los ojos del capitán. Ahora, sin embargo, Íñigo ha crecido y empieza a mirar y a juzgar por sí mismo. Su presencia se acrecienta y se distancia respecto de Alatriste, y aunque las andanzas de éste se relatan puntualmente, hay momentos en que, no el personaje, pero sí sus planteamientos parecen quedar en un segundo plano, acentuándose el valor de la mirada de Íñigo.

Detrás de este cambio de actitud narrativa hay una sabia decisión autorial. El personaje ha madurado y su forma de encarar la narración lo ha hecho con él. A la ingenua admiración hacia su mentor en las dos primeras entregas sucedió un toque de rebeldía en las dos siguientes y ahora éste se transforma en una actitud que, sin perder un ápice de la lealtad que la amistad exige a los héroes cansados de Pérez-Reverte, refleja también su distanciamiento, su discrepancia incluso. Esta postura no es gratuita, porque Alatriste ya no es tampoco el brillante espadachín admirado y admirable... ahora surgen las reservas, porque el capitán, sin perder el carisma que le ha hecho ganarse el aprecio de tantísimos lectores, muestra también su lado oscuro, urdido de pasiones incontroladas, de testarudez y de orgullo. Gualterio Malatesta, al que se enfrenta una vez más, deja aquí de ser esa pura versión en negativo comentada arriba. Ahora no resultan tan distintos. El retrato de Alatriste ya no es tan luminoso... en él también hay claroscuros.



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La melancolía de un valiente
J. M. POZUELO YVANCOS ABC - 16/11/2000

El héroe, el valiente y esforzado capitán Alatriste comienza a percibir el paso de los días, que royendo están los años, y recibe en el apéndice de esta novela un soneto "atribuido" a don Francisco de Quevedo (cuyo primer cuarteto reproduce uno real del poeta madrileño, número 5 de la edición de Blecua). El dirigido a Alatriste acaba con un formidable endecasílabo tomado asimismo del que cierra la silva de Quevedo titulada "El escarmiento": "Vive para ti solo, si pudieres / pues sólo para ti si mueres, mueres", consejo que ahora se da a un Alatriste que ha cumplido como suele hacerlo, a la perfección y con múltiples riesgos, la misión que le ha sido encargada por los poderosos (Guadalmedina y el Conde Duque de Olivares) con el Rey Felipe IV como beneficiario; nada menos que desbaratar un plan urdido por el Duque de Medina Sidonia para quedarse un barco con oro proveniente de las Indias. Pero el epílogo de la novela muestra bien dónde está cada uno; Alatriste es un luchador mercenario, que no precisa tener ideales, y que ni siquiera está seguro de haberlos podido salvar de su desesperanza; le basta con cumplir consigo mismo y con los restos de un código de caballero, el de la propia honra, y con algo por lo que luchar: "Tu rey es tu rey" (página 264). Es su código personal, asidero último de un náufrago, en una España que se hunde en su mar de rapiñas, intereses, sobornos, engaños, a la que Alatriste sirve con su espada, pero con menos corazón que antaño.

Perez-Reverte nos ha entregado una aventura más de Alatriste pero comienza a urdir la tela del desencanto del héroe, que tiñe de creciente melancolía su figura, su mirada, sus silencios. Al final del primer capítulo (pág. 31) el joven Íñigo Balboa, su mochilero fiel y narrador de la historia, ya percibe en su capitán la certeza de deslizarse hacia un pozo sin fondo, como si el destino de Alatriste fuese unido al de la patria por la que lucha una y otra vez, sin hallar en qué poner los ojos que no sea imagen del desencanto, cansado de tanta muerte inútil. Soldado por tanto de la guerra perdida de la vida, como cualquier soldado. Perez-Reverte, sin embargo, no ha querido extremar ese acento serio, lo dosifica como un tenue temblor de fondo, en medio de una esplendorosa Sevilla, que bulle, que festeja, repleta de hampones y de furcias, de avaricias cortesanas y de pícaros sin otro sustento que el que cada día pueden obtener en el laboreo de su rapiña. El oro del rey es sólo en su parte final (los trepidantes capítulos VIII y IX, que narran el asalto nocturno al barco y la batalla en él librada) una novela de acción; predomina en ella el espacio, es una novela de lugares y es por encima de todo un excelente ejercicio de lenguaje. Perez-Reverte sabe que la ventana por la que asomarnos y mirar aquella Sevilla de 1626, puerta del oro de las Américas, es un lugar literario; sabemos de ella por Cervantes, por Lope, por Mateo Alemán, por Quevedo, por gacetilleros ocasionales, por vocabularios de la germanía. Esa literatura que aquí se convoca de nuevo, reproduciendo poemas y reflexiones de tales autores, nada sería si no se nos hubiese legado como un edificio lingüístico, que recrea una realidad y la hace más viva, prendida como está a la suerte y vida de su vocabulario y de sus códigos de comportamiento. La Sevilla del XVII no se puede mostrar de otro modo que por la ventana de su lenguaje propio, reconstruido aquí con fidelidad, pero sin que suene a impostura, integrado por Pérez-Reverte en la naturalidad de su narración y un hábil sincretismo que lo hace accesible al lector actual habituado a otros registros. Se precisa ser muy maestro y haber trabajado mucho cada página para imitar y reproducir sin que suene a falsete, para dar vida nueva a los viejos aires de la picaresca y poderlo hacer sin que la narración de aventura se incomode o resienta.

Se equivoca quien crea que esta novela es fácil, o simplemente una novela de aventuras hecha con rapidez. Muchos la habrán descolgado de su ordenador, y quizá muchos queden en el lance de espadas, tan soberbiamente narrado en algunas de sus páginas, pero gozarán más quienes hayan sido lectores de nuestra picaresca. Porque El oro del rey es fruto de una documentación copiosísima de argot, de nombres de utensilios, de léxico sobre vestimenta, sobre el barco, sobre jergas de taberna y de cada oficio de los convocados, del vocabulario de la germanía, que era el lenguaje de los hampones, que ha dado en esta novela páginas magistrales, como la recluta de malhechores en el corral de los Naranjos que queda en la retina del lector con tanta fuerza como el soberbio primer capítulo sobre el desembarco en el Cádiz marinero. Vendrá luego la minuciosa geografía urbana de la Sevilla de la época con sus topónimos de calles y barrios, pasadizos y recodos. Y seguirá la geografía de la corrupción unida al oro de las Américas, con tanto cortesano al quite como pícaro al desquite.

Si el soneto que cierra el apéndice da la clave de la melancolía, la otra clave del libro la dan los otros poemas que se incluyen, jácaras construidas a imitación de las del Escarramán de Quevedo, donde vemos a un condenado, esta vez Nicasio Ganzúa, caminar hacia el garrote vil, en episodio que hemos leído en un capítulo antológico de esta novela, donde se asiste a todo el coro de pícaros, jaques y ladrones, acompañar a Ganzúa al patíbulo, y consolarle. Perez-Reverte es capaz de dotar a cada capítulo de autonomía propia, y cada uno resulta antológico de una atmósfera, dominando los diferentes registros ligados a espacios urbanos y/o sociales. Al final, como tiene que ser en una novela de aventuras, la acción se precipita, pero antes de ese desenlace hemos contenido la respiración en el bote que lleva a los conjurados al mando de Alatriste, y la tensa espera de la vigilia en las dunas de Doña Ana, en la desembocadura del Guadalquivir, el río que cruza una Sevilla que, avara y rica y pobre, imita a Midas, y es Tántalo en su fugitiva fuente de oro. Lección moral de un Alatriste que sirve a cortesanos y cuya mirada se tiñe de la melancolía de un hombre que arrastra su fue, su será y su es cansado.


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Críticas sobre El sol de Breda
16/2/1999

"Arturo Pérez-Reverte ha vuelto a golpearnos en la víscera de la emoción, quizá con más tino que nunca. En ese páramo desolado que es Breda después de la batalla, sobrevive nuestra pasión lectora: gracias a esta última entrega del Capitán Alatriste, hemos recordado que las palabras aún pueden redimirnos, en medio de tanta barbarie, y ser el bálsamo que recomponga nuestra felicidad." JUAN MANUEL DE PRADA. El Semanal. "Una de las pocas razones por las que puede ser divertido no morirse en los próximos años es porque Pérez-Reverte nos tiene prometidas otras tres entregas (al menos) de las memorias de Íñigo Balboa.... La saga de Alatriste está redactada en un deslumbrante castellano." LUIS ALBERTO DE CUENCA. ABC. "Es una buena novela de acción, bien escrita y construida, y con una carga de sentimiento e ideas que para sí quisieran muchos." SANTOS SANZ VILLANUEVA. El Mundo. "Aparte de otros valores indiscutibles y bien evidentes, es de sospechar que el acierto de Pérez-Reverte con estas entregas de las aventuras del capitán Alatriste, está en haber vuelto su mirada y su gran oficio de escritor a los mismos orígenes de la literatura." SANTIAGO AIZAGA. El Diario Vasco. "Tras la lectura de libros como éste que les recomiendo, somos más libres porque somos más sabios, porque esta era una memoria que nos habían robado... Coloca de nuevo a la Historia de los hechos que han ocurrido ante los focos crueles y fácticos, sin edulcorantes, de una desolada grandeza que, además, está narrada con una maestría, una tensión narrativa que combina los ritmos lentos y rápidos y una riqueza léxica espléndidas." José Perona. La Verdad de Murcia. "Como en las buenas novelas de siempre, el lector y los personajes comparten la incertidumbre, el miedo y la sorpresa... La espesura de nuestra Historia aflora en estas páginas de noble entretenimiento y sólida arquitectura." Gonzalo Santonja. ABC.


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Críticas sobre Limpieza de sangre
16/2/1998

"El escritor con agallas ha conseguido un doble milagro. Que los personajes hablen como nosotros y nosotros leamos como ellos hablaban. Larga vida al capitán Alatriste." MANUEL RIVAS. La Vanguardia. "Nos encontramos ante un relato brillante, con un ritmo vertiginoso, que encantará a aquellos lectores que se hayan guardado un poco de candor y de curiosidad. Había que atreverse a decirlo, pero Arturo Pérez-Reverte es un escritor que manifiesta todas las audacias y que sabe echar sobre el pasado de su país una mirada sin indulgencia... La novela de Arturo Pérez-Reverte es fiel en todo momento a la verdad, reinventa con maestría la novela histórica y se nos hace la boca agua en espera de las futuras aventuras del capitán Alatriste." ALBERT BENSOUSSAN. Magazine Littéraire. "Pérez- Reverte ha puesto una pica en Flandes, pero su éxito es también el de la literatura. Los lectores estaban ahí, esperando un atractivo banderín de enganche. Para llegar a los clásicos es necesario, primero, aficionarse a la lectura." GONZALO ARTAZA. Correo Español. "Peligroso leer una sola página. Con seguridad seguirán miles..." ANTONIO ENRIQUE. Diario de Córdoba. "En otras manos, una materia hecha de amores e intrigas, con situaciones previsibles y tipos maniqueos, sería carne de trivial subliliteratura, pero Arturo Pérez-Reverte la convierte, gracias a sus innatas dotes de fabulador, en amena y absorbente lectura y la dignifica... Consigue obras ejemplares dentro de la novela popular. Borda esta clase de relatos." SANTOS SANZ VILLANUEVA. El Mundo. "Nuevas andanzas de Alatriste y su ayudante de gustosísima lectura." CARLES BARBA. La Vanguardia.


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Críticas sobre El capitán Alatriste
16/2/1997

"Una novela fascinante, que agarra nada más empezar y sujeta hasta su última página. ...la novela me ha subyugado con tanta fuerza que la vista se adelantaba al texto porque el corazón estaba en suspenso o se aceleraba a causa de los azarosos sucesos que pasaban en el papel." SANTOS SANZ VILLANUEVA. El Mundo. "El Capitán Alatriste ha sido escrito por alguien que conserva intacto el tesoro de las primeras lecturas, con su carga de insomnios y escalofríos, y se propone contagiarlo a quienes lo rodean." JUAN MANUEL DE PRADA. ABC. "Es una aventura de vertiginoso desarrollo, lenguaje ágil, actual, entendible por chicos y mayorones....nos hace pasar magníficos ratos de lectura y diversión con este Alatriste zangandongo pero tierno." FRANCISCO REVUELTA HATUEY. Alerta. "Arturo Pérez-Reverte..logra el tono justo para su narración, la dosis de intriga necesaria, el lenguaje acorde con el tiempo en el que se desarrolla la acción, que nos hace vivir esta historia como si fuéramos testigos de la misma." JOSÉ BELMONTE SERRANO. La Verdad. "Un lenguaje directo, ágil, lleno de giros coloquiales, refranes, chistes, una escritura, en fin, que recupera el placer de la lectura, de la literatura de aventuras." SALVADOR ALONSO. El Ideal. "...late el universo propio de Pérez-Reverte...La exaltación de la figura del héroe perdedor, la crítica del poder, la simpatía por valores tradicionales como el honor, la valentía o la amistad, reaparecen como ideas de la novela..." MITXEL EZQUIAGA. El Diario Vasco.


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