Increible cronica del Veco con Distefano ... me pongo a pensar y Argentina de los 4 jugadores mas grandes de todos los tiempos, tiene a dos: Maradona y Distefano... y encima tiene a Messi en el bolo de llegar a ese podio.
Esos tres: Messi Distefano y Maradona, la rompen eh!! la rompen!
Chau.
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UN ENCUENTRO CON LA “SAETA RUBIA”
Mano a mano con Di Stéfano
Por: El Veco Escritor y Periodista
Lunes 4 de julio de 1960, Montevideo.
Todo empezó en Buenos Aires. Un taxi que se abre paso a bocinazos en el ajetreo de la urbe. Uniformes, chirriar de frenos y mil edificios distintos que se suceden en el parabrisas. Al final asoma la mole blanca de un sanatorio. La sala de maternidad está iluminada. Se ensancha la espera. De pronto los pasos vienen de adentro. El llanto de cristal de un niño repica en su corazón para que dos lágrimas rueden felices.
-Todo bien… ¡Es un varón!
Lo inscribieron con el nombre de Alfredo en el juzgado del barrio y a los 10 años iba al colegio y jugaba al fútbol.
Hoy millones de hinchas saludan reverentes aquel día.
Es julio de 1960 y estamos mano a mano en la puerta del hotel Victoria Plaza de Montevideo. Él tiene 34 años y nosotros 28. El satélite aún no estaba ni en proyecto. Por eso la gente pasa sin reparar en el personaje. Otro tiempo del mundo y de la crónica deportiva, cuando las fotografías no abundaban y las entrevistas eran muy cada tanto.
Viste una camisa color crema, pantalón marrón y mocasines al tono. Nadie sería capaz de individualizar en este muchacho sencillo que nos extiende la mano al gran Di Stéfano que ya había amontonado copas en Europa y ganado dos veces el Balón de Oro (57 y 59) ese que ahora le tocó a Messi. Alfredo di Stéfano camina sin afectaciones, bamboleando el cuerpo y mirando detenidamente al mundo que pasa a su lado. Cruzamos la plaza para tomar un café en el Sorocabana. De complexión mediana, su rostro trasunta firmeza y los ojos vivaces se destacan bajo el arco de cejas bien pobladas. Del pibe soñador de una apacible esquina porteña del barrio Floresta a la “Saeta Rubia”, mediaron también desilusiones.
Oscuro integrante de las divisiones inferiores de River Plate, la “Herradura” del Monumental pareció cerrarse, y un día pasó en préstamo a Huracán, y allí sí el nombre se alzó en el comentario elogioso. Al año siguiente, ida y vuelta asegurada, retornó a Núñez. Pase largo de Labruna y… ¡gol de Di Stéfano! Clisé de cien triunfos. Guayaquil (campeonato suda- mericano 1947-48) asiste asombrado al espectáculo de su juego. Sería el único título internacional que ganó con la camiseta argentina. De los “millonarios” de Núñez salta a los “Millonarios” de Bogotá. El nombre de Di Stéfano se habitúa a andar entre dinero grande. Después recorre Europa en larga gira. “Hoy actúa Di Stéfano”. Así se le anuncia en murales de propaganda. No hace falta más nada para llenar un estadio. Vuelve a Bogotá. El profesionalismo colombiano entra en quiebra y entonces hace sus valijas para cruzar el Atlántico.
Va al Real Madrid y con su arribo nace el “equipo espectáculo”, mientras el hincha “merengue” disfruta del banquete con goles y lauros. Su biografía circula por el mundo y, paralelamente, vuelve a cotizar el fútbol argentino tras el aislacionismo impuesto por Perón. La crítica extranjera así lo afirma y “El Gráfico” (26/8/59) lo reconoce en una leyenda publicada en la portada: “Nadie como Di Stéfano prestigió a nuestro fútbol en el mundo”. Ahora está en Montevideo, contento por visitar “tierra hermana”.
Ha transcurrido media hora. El tiempo no interesa. La charla se prolonga. Di Stéfano sigue riendo. Olvida lo pasado y continúa comprando futuro.
-¿Cómo se llega?, Alfredo.
-Con descanso firme y caminatas diarias. Ser el primero en llegar a las prácticas y el último en irse. Cuidarse siempre.
Di Stéfano levantó un monumento a la pelota en el jardín de su casa.
“Todo te lo debo a ti”. Cuota ínfima de una deuda imposible de saldar.
“Después de Franco es el hombre que pesa más en España”, había dicho un fanático madrileño.
En aquella mañana del 60 nadie reparó en él, ni en la puerta del hotel, ni en el bar durante el café compartido. Ni en el regreso al Victoria Plaza.
Por eso entendimos después el éxito de Samuel Ratinoff y sus temporadas de fútbol internacional en Lima, Buenos Aires y Montevideo. La gente llenaba los estadios para ver cómo eran jugando y a la vez conocerlos fisonómicamente. La llegada del satélite cambió todo y arruinó el negocio del sagaz empresario. ¡A quién se le ocurre inventar tal mamarracho!, pudo haber dicho en medio de su explicable bronca.
Esos tres: Messi Distefano y Maradona, la rompen eh!! la rompen!
Chau.
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UN ENCUENTRO CON LA “SAETA RUBIA”
Mano a mano con Di Stéfano
Por: El Veco Escritor y Periodista
Lunes 4 de julio de 1960, Montevideo.
Todo empezó en Buenos Aires. Un taxi que se abre paso a bocinazos en el ajetreo de la urbe. Uniformes, chirriar de frenos y mil edificios distintos que se suceden en el parabrisas. Al final asoma la mole blanca de un sanatorio. La sala de maternidad está iluminada. Se ensancha la espera. De pronto los pasos vienen de adentro. El llanto de cristal de un niño repica en su corazón para que dos lágrimas rueden felices.
-Todo bien… ¡Es un varón!
Lo inscribieron con el nombre de Alfredo en el juzgado del barrio y a los 10 años iba al colegio y jugaba al fútbol.
Hoy millones de hinchas saludan reverentes aquel día.
Es julio de 1960 y estamos mano a mano en la puerta del hotel Victoria Plaza de Montevideo. Él tiene 34 años y nosotros 28. El satélite aún no estaba ni en proyecto. Por eso la gente pasa sin reparar en el personaje. Otro tiempo del mundo y de la crónica deportiva, cuando las fotografías no abundaban y las entrevistas eran muy cada tanto.
Viste una camisa color crema, pantalón marrón y mocasines al tono. Nadie sería capaz de individualizar en este muchacho sencillo que nos extiende la mano al gran Di Stéfano que ya había amontonado copas en Europa y ganado dos veces el Balón de Oro (57 y 59) ese que ahora le tocó a Messi. Alfredo di Stéfano camina sin afectaciones, bamboleando el cuerpo y mirando detenidamente al mundo que pasa a su lado. Cruzamos la plaza para tomar un café en el Sorocabana. De complexión mediana, su rostro trasunta firmeza y los ojos vivaces se destacan bajo el arco de cejas bien pobladas. Del pibe soñador de una apacible esquina porteña del barrio Floresta a la “Saeta Rubia”, mediaron también desilusiones.
Oscuro integrante de las divisiones inferiores de River Plate, la “Herradura” del Monumental pareció cerrarse, y un día pasó en préstamo a Huracán, y allí sí el nombre se alzó en el comentario elogioso. Al año siguiente, ida y vuelta asegurada, retornó a Núñez. Pase largo de Labruna y… ¡gol de Di Stéfano! Clisé de cien triunfos. Guayaquil (campeonato suda- mericano 1947-48) asiste asombrado al espectáculo de su juego. Sería el único título internacional que ganó con la camiseta argentina. De los “millonarios” de Núñez salta a los “Millonarios” de Bogotá. El nombre de Di Stéfano se habitúa a andar entre dinero grande. Después recorre Europa en larga gira. “Hoy actúa Di Stéfano”. Así se le anuncia en murales de propaganda. No hace falta más nada para llenar un estadio. Vuelve a Bogotá. El profesionalismo colombiano entra en quiebra y entonces hace sus valijas para cruzar el Atlántico.
Va al Real Madrid y con su arribo nace el “equipo espectáculo”, mientras el hincha “merengue” disfruta del banquete con goles y lauros. Su biografía circula por el mundo y, paralelamente, vuelve a cotizar el fútbol argentino tras el aislacionismo impuesto por Perón. La crítica extranjera así lo afirma y “El Gráfico” (26/8/59) lo reconoce en una leyenda publicada en la portada: “Nadie como Di Stéfano prestigió a nuestro fútbol en el mundo”. Ahora está en Montevideo, contento por visitar “tierra hermana”.
Ha transcurrido media hora. El tiempo no interesa. La charla se prolonga. Di Stéfano sigue riendo. Olvida lo pasado y continúa comprando futuro.
-¿Cómo se llega?, Alfredo.
-Con descanso firme y caminatas diarias. Ser el primero en llegar a las prácticas y el último en irse. Cuidarse siempre.
Di Stéfano levantó un monumento a la pelota en el jardín de su casa.
“Todo te lo debo a ti”. Cuota ínfima de una deuda imposible de saldar.
“Después de Franco es el hombre que pesa más en España”, había dicho un fanático madrileño.
En aquella mañana del 60 nadie reparó en él, ni en la puerta del hotel, ni en el bar durante el café compartido. Ni en el regreso al Victoria Plaza.
Por eso entendimos después el éxito de Samuel Ratinoff y sus temporadas de fútbol internacional en Lima, Buenos Aires y Montevideo. La gente llenaba los estadios para ver cómo eran jugando y a la vez conocerlos fisonómicamente. La llegada del satélite cambió todo y arruinó el negocio del sagaz empresario. ¡A quién se le ocurre inventar tal mamarracho!, pudo haber dicho en medio de su explicable bronca.
1 comentario:
Releo este post, mi propio Post y recuerdo con nostalgia al Veco, que tipo, como sabia de futbol, como lo extraño carajo!!!! Pareciera que nadie sabe de futbol como El, pareciera que me tengo que conformar con otro proyecto como Peredo, o quizas Ilev, que la rompen a veces, Te recuerdo y veo no pudiste ver en esta tierra a tu Uruguay salir 4to en el podio mundialista, si lo vieras hoy en dia Veco... Ganandole a los tanos y en casa!
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