-El libro mismo, es decir la fuente de la película, es de mucho menor calidad que El señor de los anillos.
-El proceso productivo de Lotr, fue increible, con una pasión, e integracion de los actores y el área de producción, que generó el compromiso de los participantes, no fue para ninguno un trabajo más. No he visto el documental de la película para afirmar lo mismo...
-Los efectos especiales en Lotr, los cuales fueron realizados por una empresa del director Peter Jackson fueron utilizados cuando era definitivamente obligatorio usarlos, el virtuosismo cada vez mayor de cada película, hicieron que estos en cada película aumentaran. Sin embargo, la saga central, es Lotr, y ante ello pese a tener efectos más modernos, el Hobbit siempre queda mal parada que su predecesora. Pese a ello a diferencia de Starwars el universo Tolkien se torna creible, mientras que la nueva trilogía de Lucas se torna sosa, plástica y de poco valor actoral.
Pese a ello es interesante volver a ver a Gandalf y ver a dos personajes poderosos; El rey enano y definitivamente Bilbo Bolsón, gran acierto su elección.
Otro problema que presente el Hobbit es que mientras que en Lotr cada película esta comprimida debido a la cantidad de información, en esta película todas las cosas están estiradas, El hobbit no solo es un libro simple, tambien es un libro corto., por ello es que lo ha mesclado con informacion que sale en el Silmarilion y en los cuentos inconclusos...
No es mala película, sucede que la comparacion con hito tan grande como Lotr, es hasta injusta. Falta un personaje que irradie vitalidad y liderazgo como Aragorn... Quizá hubiese sido clave breves cameos.
Es un producto muy entretenido, pese a algunas fallas de produccion, por ejemplo los 3 trolls que capturan a los enanos parecen los 3 chiflados, en lugar de darle un matiz alegre, se tornan estúpidos. La forma en que Bilbo no cuaja ni coincide con el lider de los enanos es mas que previsible, La vaya dejada por Gimli es demasiado Alta. Ven? Volvemos a compararla con la predecesora, Solo Bilbo parece a la altura.
Es tan alargada esta película que habrá extended Version??? no creo no???
Ciao.
Ramón.
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Es indudable que la ficción cinematográfica contemporánea ha experimentado, en los últimos tiempos, los beneficios de vampirizar las narrativas a cualquier precio. El sentido de llevar un relato ya existente a la gran pantalla ha cambiado. El sentido de ir al cine que acompaña a ese proceso, también. Franquicias como “Crepúsculo” o“Harry Potter” han vislumbrado las posibilidades que ofrece explotar la literalidad de las fuentes originales sin que medien las elecciones de un director/autor, bastándose con la eficacia de un director/oficinista. Al fin y al cabo, el regodeo en la narración y la inclusión de cuantas más páginas mejor en prolongadas adaptaciones fragmentadas en sucesivos capítulos y trilogías asegura la complicidad fandom y, evidentemente, una rentabilidad sostenida en el tiempo y las secuelas.
Tampoco es cuestión de ser cínico: Peter Jackson tiene derecho a recrearse en un mundo literario de fantástica complejidad como es el de J.R.R. Tolkien, por mucho que adaptar un cuento infantil de apenas 300 páginas a una trilogía que puede llegar a rondar las nueva horas nos parezca excesivo. Recordemos que tanto en “El hobbit” como en los tres libros de “El Señor de los Anillos”, el autor no perdía ocasión de establecer puntos de fuga de la narración principal con largos relatos aledaños que consolidaban la entidad del conjunto. El problema viene cuando “El hobbit: Un viaje inesperado” (ver tráiler y escenas) se somete a comparativa con la precedente trilogía cinematográfica —posterior en la ficción— y la intención del adaptador queda al descubierto no como honesta necesidad de profundizar en el universo tolkieniano, sino como abrumadora dilatación de los hechos contados por el escritor. Las decisiones que en el pasado obligaron a Jackson a omitir pasajes tan significativos como el de Tom Bombadil en “El Señor de los Anillos: La Comunidad del Anillo” (2001) quizá hicieran que muchos fans se llevaran las manos a la cabeza, pero hoy quedan como consecuentes elecciones de una natural traslación a imágenes que moldeó una película más imprevisible y personal que la que aquí nos ocupa.
Algo más de una década después, “El hobbit: Un viaje inesperado” apenas guarda margen para la sorpresa o el debate. La épica imperfecta de entonces queda semi-enterrada bajo la traducción literal y automática. El carisma de sus personajes ha quedado extrañamente diluido en el afán de fidelidad y la hinchazón narrativa, ya sea por la plana simpatía del Gandalf de Ian McKellen, la irreprimible raza televisiva deMartin Freeman o la rutinaria uniformización de secundarios en la compañía de enanos. A la película de Peter Jackson no se le puede negar una pasión absoluta por el cine-espectáculo, y aunque varias de sus secuencias lleven al espectador al borde de la extenuación, la envidiable técnica y el pulso del director para contar historias monumentales siguen ahí. Pero su personalidad, antaño valiente y arrolladora, ha quedado prácticamente extinguida, apenas ya presente en la osada poética visual de una lucha entre gigantes de piedra o la oscura fascinación subterránea en torno a Gollum y sus acertijos.
Calificación: 6/10
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Es posible que Bilbo Bolsón tuviera un poco de envidia al ver regresar a Frodo de sus correrías por la Tierra Media, o que sintiera nostalgia de aquellos días en que él mismo salió de la Comarca. El caso es que Peter Jackson vuelve a adaptar a J.R.R. Tolkienpara contarnos, cediendo la palabra a un Bilbo anciano que escribe sus memorias, aquella vez en que Gandalf y los enanos liderados por Thorin Escudo de Roble le confiaron ser el experto saqueador en la misión de reconquistar su hogar de la Montaña Solitaria. Se trata de una nueva trilogía que ahora comienza con “El hobbit: Un viaje inesperado” (ver tráiler y escenas), precuela de “El Señor de los Anillos” y descarada manera de hacer taquilla, porque hay pocas novedades y ningún riesgo en esta propuesta, porque la continuidad narrativa y estilística es evidente, y porque son muchos los rendidos admiradores que están dispuestos a estar casi tres horas en la sala de cine —excesivo e innecesario metraje—.
Tolkien gustaba de contar historias a sus hijos y de ahí nació “El hobbit”, cuento infantil de un mundo imaginario que en imágenes de Peter Jackson se convierte en pesadilla que puede quitar el sueño a más de un infante. Tras la presentación inesperada de unos enanos en casa de Bilbo Bolsón, comienza una aventura en la que se suceden los peligros y peleas con trolls, orcos, huargos y trasgos, interrumpidos brevemente con unos flashbacks que nos cuentan el ataque del terrorífico dragón Smaug al reino de los enanos o la aparición de la siniestra criatura conocida como El Nigromante. La espectacularidad de las batallas está asegurada, pero ya lo hemos visto en las anteriores entregas, y es algo que podemos decir también al hablar de esos parajes paradisíacos recogidos en planos aéreos o de esos túneles laberínticos en el interior de las montañas con persecuciones al estilo Indiana Jones. Entre toda la épica mostrada, quizá sea justo destacar la pelea de los gigantes de piedra en el desfiladero, con imágenes poderosas y alucinantes, aunque con dramatismo limitado.
Todo es deslumbrante y espectacular, pero en su exceso también cansino y abrumador. Jackson vuelve a perder el sentido de la medida y repite peleas y embestidas contra orcos, si bien podrían ser contra trasgos, porque todos son iguales. Así, la épica se construye a partir de la acumulación y no de los matices en el dibujo de caracteres —logro de la Compañía del Anillo que no existe entre unos enanos sin individualidad ni entre esos enemigos maléficos que les acechan—. Tanta acción y destrucción masiva ocultan lo que pueda haber de humanidad en un Bilbo “perdido” entre tanto héroe y cuyo protagonismo se reduce a encarnar la máxima moral de la película —dicha tan explícita y solemnemente que da reparo—: el valor no se demuestra quitando la vida a alguien, sino sabiendo perdonarla.
Encontramos en Bilbo el mismo sentido de amistad y lealtad, el mismo compromiso y responsabilidad que en Frodo, pero con una menor carga dramática y de suspense. Porque Martin Freeman aporta comicidad con sus gestos y reacciones de inocencia, pero a su personaje le cuesta coger el peso del Anillo y la trascendencia de su misión, y todo parece más un juego del escondite o de las adivinanzas. En ese sentido, la figura de Gollum vuelve a ser lo mejor y más auténtico de la cinta, y sorprende la expresividad del rostro de Andy Serkis en esos primeros planos captados durante los acertijos. Ian McKellen y su Gandalf mantienen la distinción y distancia que les otorga la magia y la autoridad, aunque desconcierta su exhibición de poder después de haberse mostrado tan ordinario; en cuanto a la presencia de Saruman, Elrond o Galadriel, no tiene más cometido que engarzar con la historia del Anillo. Por otra parte, es cuestionable la imagen de viejo chiflado e inocente amante de los animales que se da de Radagast el Pardo, la cual provoca más compasión que intriga o misterio.
Sin duda, “El hobbit: Un viaje inesperado” gustará a los amantes de la aventura épica y fantástica y los efectos especiales, aunque es más dudoso que satisfaga a los fans de Tolkien, y más aún a quienes exijan a una película contención y equilibrio, que no abuse de los ralentíes o de las angulaciones, que no manipule emocionalmente ni se abandone a los recursos que la tecnología ofrece. De ser así, la aventura se convertirá pesada carga para tan largo viaje, y el sueño en pesadilla para niños y mayores. Porque, no lo olvidemos, aún quedan dos entregas, como queda claro con el último y revelador plano.
Calificación: 6/10
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Al comenzar “El hobbit: Un viaje inesperado” (ver tráiler y escenas) y observar a Bilbo (Ian Holm) y a Frodo Bolsón (Elijah Wood) en el hogar del primero, una sensación de alegría nos invade por tornar de nuevo a la Tierra Media. Tras la brillante adaptación de“El Señor de los Anillos”, Peter Jackson recupera la novela que J.R.R. Tolkien escribió antes que la citada trilogía y nos introduce de lleno en otra aventura repleta de peligros, emociones y, sobre todo, muchísima diversión. El texto original es más liviano y menos complejo que su secuela, de ahí que el espectador ha de entender que ello también se refleja en esta película si la comparamos con lo que en su día supuso “El Señor de los Anillos: La Comunidad del Anillo”.
Después de un magnífico prólogo en el que se nos explica cómo el dragón Smaug se hizo con Erebor, la Montaña Solitaria, y obligó a los enanos que vivían en ella a huir del lugar, Jackson se toma su tiempo para presentarnos a los protagonistas de la historia. De este modo, el espectador va descubriendo la personalidad de Thorin y de los doce integrantes de su raza que, junto a Gandalf y a Bilbo, planean recuperar la tierra que perdieron tiempo atrás. Concluida esta introducción, que en ningún momento se hace pesada, el espectador asiste a una sucesión de peripecias dominadas por el humor. Se trata de una amena travesía que, si bien presenta varios añadidos con respecto al libro (no voy a negar que tal vez se podría haber aminorado su duración), sin duda respeta el espíritu del mismo.
Además, su factura técnica es notable, percibiéndose claramente que el director ha contado con un mayor presupuesto (ahí están las múltiples escenas aéreas, con unos preciosos paisajes, y los espectaculares efectos especiales). Respecto al reparto, Ian McKellen parece haber nacido para interpretar a Gandalf, mientras que Martin Freeman maneja con tiento la evolución de su personaje (y eso que aún le quedan odiseas por vivir). Cabe destacar la labor de Richard Armitage como Thorin, dotando de carisma a este rey que busca con denuedo recuperar el próspero territorio de sus antepasados. Por supuesto, resulta un placer volver a encontrarse con Hugo Weaving(Elrond), Christopher Lee (Saruman) y Cate Blanchett (atentos al momento en el que Galadriel habla con Gandalf sobre el mediano), algo que también se puede decir de Andy Serkis en el papel de Gollum (magnífica la recreación del pasaje de los acertijos). “El hobbit: Un viaje inesperado” es un largometraje ideal para los amantes del género fantástico y, sobre todo, un título de indispensable visionado para el público infantil. En tiempos oscuros, hacen falta relatos como este para dejarnos llevar por la imaginación y adentrarnos en mundos que terminan arraigando en nuestros recuerdos y en nuestros corazones.
Calificación: 8/10
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Bilbo Bolsón (Ian Holm) relata sus memorias de juventud (cuando tenía el aspecto deMartin Freeman). Tras ganarse el amor incondicional de los amantes del gore y el cachondeo cafre con las clásicas “Mal gusto” (1987), “Meet the febles” (1989) y la mastodóntica “Braindead” (1992) ─para muchos, cumbre definitiva del género─, Peter Jackson cambió radicalmente de tercio comercial con la adaptación de “El Señor de los Anillos” (2001-2003) ─vía “Criaturas celestiales” (1994) y “Agárrame esos fantasmas” (1996), sí─. Y ahora, esta exigente industria generadora de sueños le devuelve de cabeza a la Tierra Media tras el antojo de la divertida “King Kong” (2005) y la flojera de la escasita “The lovely bones” (2009); así que aquí está “El hobbit: Un viaje inesperado” (ver tráiler), primer paso de una nueva trilogía muy esperada… pero menos.
«Busco a alguien con quien compartir una aventura». En primer lugar, señalar que hemos visto la película proyectada a 24 fps, no a 48; así que en nada podemos contribuir a ese debate tan en boga. En cuanto a la propuesta en sí, su peor enemigo es la extraordinaria vigencia del tridente previo, superior a nivel narrativo, técnico e incluso digital. Parece que nada hubiera evolucionado ni la tecnología ni la mano del equipo en estos diez años ─más allá de sus ansias monetarias, claro─, hasta el punto de que “El hobbit” asemeja en ocasiones un lujoso exploit del conjunto de sus predecesoras. Sin capacidad de sorpresa sensitiva, Jackson dirige un primer tramo considerablemente lento ─cierto que la novela es muy descriptiva, pero el común de los espectadores palomiteros lo que quiere es divertirse─, para posteriormente coger un ritmo creciente que dibuja lo que vemos en realidad: la introducción a un conjunto de nueve horas. Y más le vale mejorar.
¿Entretiene? Sí. ¿Decepciona? Bastante. Sea como fuere, a pesar de que los personajes no son especialmente carismáticos ─muchos no aportan casi nada─, la película encuentra en un estupendo Martin Freeman el soporte suficiente para encariñarse con este chiquitajo que, sin crecer en absoluto por fuera, empieza a desarrollarse por dentro; además, las participaciones de rostros por todos conocidos salpican el metraje ─Gollum (Andy Serkis, también al frente de la segunda unidad) se lleva el mejor papel de todos, dato que habla peligrosamente por sí solo en una propuesta llena de novedades─, aportando una (finalmente necesaria) sensación de conjunto estructural que hace que esta nueva Compañía camino a Erebor salve la distancia que le separa del espectador de un modo suficiente, aunque apurado.
Calificación: 6/10
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El Hobbit' de Peter Jackson no logra superar la empinada pendiente que supone una precuela a la hora de crear emoción e interés. Su retorno al pasado de 'La Tierra Media' demuestra que una narrativa y una configuración de personajes concebida como una novela infantil de corta extensión no puede ser estirada sin ofrecer nada a cambio.
Parece una maldición autoimpuesta la limitación de muchos creadores para superar la barrera de sus grandes obras. Hay una aparente necesidad por parte los artífices de sagas como 'La Guerra de las Galaxias' o 'El señor de los Anillos' de volver una y otra vez como un Prometeo de la imaginación a repetir y retocar, a recontar y a alargar aquello que una vez supuso su consagración como cineastas. Peter Jackson no ha sido capaz de construir una carrera sólida tras la lluvia de Oscars a 'El Retorno del Rey', que supuso un broche de oro a una trilogía que ha quedado prendida para siempre a la historia del cine pese a su relativa juventud.
Los aficionados, tras la resaca del anillo, se volvieron por supuesto hacia Jackson pidiendo aún más. Y en este caso la opción era clara, sí existía una historia previa a la que volver. Tras múltiples peripecias que probablemente son una aventura en si mismas, como en un círculo perfecto el anillo volvió a los dedos de Peter Jackson. Un Jackson que, haciendo bueno el dicho del caldo y las tazas, se obliga a convertir 288 maravillosas páginas en casi nueve horas (como poco) a una velocidad de 48 fotogramas por segundo.
Desconozco si Peter Jackson le quiere enmendar la plana a J.R.R. Tolkien al considerar que los personajes pergeñados por el escritor daban para un equivalente en extensión a la de la trilogía del anillo, pero sí es así está amargamente equivocado y volcado en un error que, como le ha pasado a George Lucas, puede socavar sus grandes logros anteriores.
La fatiga, la inmensa fatiga, que arrastra esta primera parte de 'El Hobbit' es producto de una trama que realmente es escasa, con unos personajes que no están lo suficientemente bien dibujados y no tienen conflictos de real interés. La película avanza a trompicones jugando a llenar el metraje con elementos evocadores y nostálgicos que ya habíamos dejado atrás. Vuelve a sonar la magnífica música de Howard Shore, se rescatan actores como Ian Holm, Elijah Wood o a la maravillosa Cate Blanchett -y a Ian McKellen, por supuesto-, y simplemente tira hacia delante no siendo demasiado acertado siquiera en fragmentos clave de 'El Hobbit' como el encuentro con los Trolls y su cena.
El problema es que el supuesto empaque visual de 'El Hobbit' ni siquiera impresiona ya. A excepción del Gollum, cuya manifestación visual y encuentro con Martín Freeman es lo mejor de la película, por lo demás se sustituye la increíble invitación a los sentidos que era la prosa de Tolkien (que introducía al lector en su obra en múltiples alcances: el visual, el auditivo, hacerle saborear la comida, oler y sentir la naturaleza, disfrutar la música...) por una estética que cada vez, y más al escasear la densidad de la historia, se antoja más parecida a los videojuegos de rol derivados de la primera franquicia.
Da una extraordinaria pereza pensar, cuando se cierra esta primera parte, que nos esperan aún dos películas más sostenidas por unos personajes de objetivos y conflictos tan mortecinos y poco estimulantes. Que no habrá una Arwen ni un Aragorn, ni un reino que recuperar, ni conflictos morales de calado, siquiera una amistad de hierro que pueda superar cualquier corrupción del lado oscuro. El viaje del héroe que enunciaron Joseph Campbell y Carl Young va a dar en esta ocasión demasiadas vueltas innecesarias.
Los aficionados, tras la resaca del anillo, se volvieron por supuesto hacia Jackson pidiendo aún más. Y en este caso la opción era clara, sí existía una historia previa a la que volver. Tras múltiples peripecias que probablemente son una aventura en si mismas, como en un círculo perfecto el anillo volvió a los dedos de Peter Jackson. Un Jackson que, haciendo bueno el dicho del caldo y las tazas, se obliga a convertir 288 maravillosas páginas en casi nueve horas (como poco) a una velocidad de 48 fotogramas por segundo.
Desconozco si Peter Jackson le quiere enmendar la plana a J.R.R. Tolkien al considerar que los personajes pergeñados por el escritor daban para un equivalente en extensión a la de la trilogía del anillo, pero sí es así está amargamente equivocado y volcado en un error que, como le ha pasado a George Lucas, puede socavar sus grandes logros anteriores.
La fatiga, la inmensa fatiga, que arrastra esta primera parte de 'El Hobbit' es producto de una trama que realmente es escasa, con unos personajes que no están lo suficientemente bien dibujados y no tienen conflictos de real interés. La película avanza a trompicones jugando a llenar el metraje con elementos evocadores y nostálgicos que ya habíamos dejado atrás. Vuelve a sonar la magnífica música de Howard Shore, se rescatan actores como Ian Holm, Elijah Wood o a la maravillosa Cate Blanchett -y a Ian McKellen, por supuesto-, y simplemente tira hacia delante no siendo demasiado acertado siquiera en fragmentos clave de 'El Hobbit' como el encuentro con los Trolls y su cena.
El problema es que el supuesto empaque visual de 'El Hobbit' ni siquiera impresiona ya. A excepción del Gollum, cuya manifestación visual y encuentro con Martín Freeman es lo mejor de la película, por lo demás se sustituye la increíble invitación a los sentidos que era la prosa de Tolkien (que introducía al lector en su obra en múltiples alcances: el visual, el auditivo, hacerle saborear la comida, oler y sentir la naturaleza, disfrutar la música...) por una estética que cada vez, y más al escasear la densidad de la historia, se antoja más parecida a los videojuegos de rol derivados de la primera franquicia.
Da una extraordinaria pereza pensar, cuando se cierra esta primera parte, que nos esperan aún dos películas más sostenidas por unos personajes de objetivos y conflictos tan mortecinos y poco estimulantes. Que no habrá una Arwen ni un Aragorn, ni un reino que recuperar, ni conflictos morales de calado, siquiera una amistad de hierro que pueda superar cualquier corrupción del lado oscuro. El viaje del héroe que enunciaron Joseph Campbell y Carl Young va a dar en esta ocasión demasiadas vueltas innecesarias.
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