Ahora que andamos otra vez enredados con Gibraltar (y quién sabe si en apuros para ir al Mundial) me viene al recuerdo la singular fase de clasificación para México 70, en la que sufrimos desdichas sin igual. Formábamos grupo con Bélgica, Yugoslavia y Finlandia, que era la maría. Sólo uno de los cuatro iría a México. Empezamos empatando (0-0) en Yugoslavia, buena cosa. Seguimos con empate en casa ante Bélgica (1-1), mala cosa. Y echando cuentas ante el tercer partido, la visita a Bélgica, comprobamos con horror que si perdíamos allí, en el Estadio Sclessin de Lieja, estaríamos irremisiblemente eliminados ¡a falta de tres partidos! (Tal cosa era posible porque no se jugaba por jornadas bien cuadradas, como ahora, sino un poco al buen tuntún, y para Bélgica no era el tercer partido, sino el quinto, y ya acumulaba siete puntos. Ganándonos se pondría en nueve. Nosotros teníamos los dos de nuestros empates anteriores, así que perdiendo en Lieja, y dado que se daban dos puntos por victoria, no pasaríamos de ocho ni ganando los tres restantes). Y, claro, perdimos (2-1).
En aquellos tiempos todo lo que podía salir mal salía peor. Hubo palos, Eladio fue expulsado y como se resistió a salir entró la policía, sacudiéndoles a él, a Gallego, a Zoco y a algunos otros que trataban de protegerle. Todo televisado en directo, con la afición frustrada e indignada.
Esa eliminación hizo saltar a Eduardo Toba, un pésimo seleccionador que había cometido además la afrenta de jugar sin extremos. Le sustituyó un triunvirato formado por los entrenadores de los tres equipos que encabezaban la clasificación: Miguel Muñoz (Real Madrid), Salvador Artigas (Barcelona) y Luis Molowny (Las Palmas). Algo así como un tripartito de consenso para tiempos de crisis.
Imagen del duelo entre España y Finlandia, en 1969, junto al Peñón. / AS
Se trataba de terminar la fase decentemente, no se pedía más. La cosa empezó bien, con victoria (2-1) sobre Yugoslavia, en el Camp Nou, con un equipo ocupado mayoritaria y casi equitativamente por jugadores de esos tres equipos, entre los que apenas se colaron Vidagany, Glaría y Bustillo, este del Zaragoza pero ya comprometido para el Barça.
Pero a ese buen comienzo sucedió un episodio bochornoso. La visita a Finlandia había sido fijada para el 25 de junio, con la temporada española terminada. La final de Copa se había jugado 10 días antes. La Liga había acabado el 20 de abril. Entonces la Copa se jugaba después de la Liga, y según iban quedando eliminados los equipos se iban de vacaciones. De modo que el equipo (casi el mismo de Barcelona) viajó a Finlandia fuera de forma, interrumpiendo las vacaciones, confiado, desmotivado y sin nada que perder. O eso creían. Perdieron (2-0) y este es el día en que aún no recuerdo una indignación igual contra la selección como la que provocó aquello. El trío saltó por los aires.
¡Desdichada fase de clasificación! ¡Y todavía nos quedaba un partido, la devolución de visita de Finlandia!
Entonces entró como seleccionador Kubala. El gran ídolo del Barça de los cincuenta, el hombre que había explicado a España que el fútbol podía ser otra cosa, el primero de los grandes genios de importación (luego vendrían Di Stéfano y Puskas) que llenaron la primera Edad de Oro de nuestro fútbol. (La segunda es ésta, ¿no?). Kubala compareció animoso, anunciando renovación, lucha y el Club España, reclamando que la afición mirara a la selección con el mismo cariño que a sus clubes, cosa que manifiestamente no ocurría.
Pero algo vino a dar aún más rumbo a su debut como seleccionador: el 8 de junio Franco había decidido el cierre de toda comunicación con Gibraltar, por tierra, mar o aire, como respuesta a la aprobación de una nueva Constitución de la colonia y a la consiguiente visita a la misma de la Reina de Inglaterra y su augusto esposo. Para resarcir a los españoles del Campo de Gibraltar (muchos de los cuales trabajaban en La Línea), se inició la creación de un gran Polo de Desarrollo Industrial y además se programó allí el España-Finlandia. Se construyó, muy a la vista del Peñón, un coqueto y nuevo estadio para 22.000 espectadores, bautizado José Antonio Primo de Rivera y contiguo a la Ciudad Deportiva Francisco Franco. Todo está a punto para la inauguración la fecha fijada, el 15 de octubre de 1969, tres fechas después del Día de la Raza, como se llamaba entonces al 12 de Octubre.
Kubala, con su sentido del espectáculo, convoca a Gento para el partido, con ánimo de que fuera su despedida de la selección, en la que había debutado en 1955 y a la que llevaba año y medio sin ir. En realidad, sólo había ido muy intermitentemente desde 1963. Anuncia que tras el descanso jugará Pujol (prometedora revelación del Barça que luego no cuajaría), en una especie de alternativa. Cuando le preguntan por qué no, Rexach, contesta. “¡Quiero hombres que luchen!”.
Llega el día con todo vendido y un clima de euforia patriótica. “Hoy, bajo cielo sureño, con un paisaje recortado de ignominia…”. Así empieza la previa de un cronista.
Cinco de la tarde, 20 grados, sol tibio entre nubes, viento ligero, cartel de no hay billetes, todo perfecto. Presiden los ministros del Ejército y del Movimiento, Méndez Tolosa y Solís Ruiz. La Banda de la Legión anima los prolegómenos y toca el himno entre vítores. España, a la que la reivindicación de Gibraltar unía mucho más que la selección, se sienta ante el televisor para ver cómo nuestros muchachos atacan en la primera parte la portería tras la cual está el Peñón, en la que entran cinco goles, por obra de Pirri, Gárate, Velázquez, Amancio y Grosso.
“Cuando el equipo español tenía enfrente el Peñón atacó más y mejor…”, comienza otro cronista el día siguiente. En realidad, Finlandia, consciente de a lo que venía, hizo bastante turismo en Torremolinos y opuso poca resistencia. En la segunda mitad, Quino, que entró de refresco (como Pujol), marcó el sexto en la portería alejada del Peñón.
Seis en total, para que se chincharan los gibraltareños y los ingleses. La prensa del día siguiente publica, junto a los detalles del partido, el telegrama eufórico que el Gobernador Civil de Cádiz le envía a Franco.
Luego, el Polo Industrial resultaría un fiasco y el largo periodo de Kubala como seleccionador tampoco daría mucho de sí. Con él nos quedamos sin ir a Alemania 74. A Argentina 78 sí fuimos, pero para volver malparados. Tampoco en las Eurocopas intercaladas hicimos nada. Y Gibraltar sigue ahí, chinchando, ahora reclamando en el TAS su entrada en la UEFA.
Pero a la Balompédica Linense, la popular y simpática Balona, hoy encuadrada en el Grupo IV de la Segunda B, le quedó un estupendo campo de 22.000 plazas, rebautizado como Estadio Municipal de La Línea.
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