lunes, 29 de noviembre de 2010

Ahora Henando de Soto quiere reconciliarse...

Ese patita es un comodin, no es mal economista pero siempre esta con el de turno, aunque penso bien en el misterio del capital y el otro sendero, leyo bien el tema economico peruano, pero eso no hace que no deje de ser comodin, Con Alan fracaso en el TLC hasta que Mechita Araoz tomo el paquete sola, encaminada bien la cosa con Ferrero, Mechita la siguio bien.

Luego se me viene a la cabeza lo que realmente Vargas Llosa Dijo, lo que dijo en Mexico no lo se, pero la parte final de Pez en el agua, es bastante real, ahora los peruanos lo apoyamos pero en los 90as defender a Mario era herejia, yo lo recuerdo pues estaba en la universidad, todo mundo era fujimorista...

Decia, lo de mexico no se en que contexto lo hablo, pero en lo que sale en Pez en el agua, hoy entra en mucha vigencia pues es lo que REALMENTE SUCEDIO!.
Copiare toda esta info para que saquen sus conclusiones...
Ciao.


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De Soto a Vargas Llosa: "h.d.p."

Perdón?

Tres palabras bastaron para hacer trizas lo poco que quedaba de una vieja amistad. Hoy recordamos el episodio como un momento inolvidable, surrealista, una alucinación febril capaz de dejar boquiabiertos a los televidentes más legañosos. Algo de fantástico hubo en todo aquello. Y no es que celebremos tamaña insolencia contra el más universal de nuestros novelistas, pero vamos, escuchar a Hernando de Soto decir lo que le dijo a Mario Vargas Llosa el domingo 25 de abril de 1993 fue uno de las mayores delicias que nos pudo dar el periodismo televisivo en los noventa. Cuánta elocuencia. Cuánta claridad. Cuánta desfachatez e inclemencia revelándose contra el aletargado espíritu de una ciudad acostumbrada a hablar bajito. En el país de las medias tintas y los murmullos, De Soto había tomado el otro sendero.

Hernando de Soto no es un superstar hoy (el hecho de ser yunta de Bono no lo acerca a la milésima fracción de algo parecido a la celebridad) ni lo era en esa época. Que le hiciera una entrevista Denis Vargas Marín —suplente oportuno de Guido Lombardi— no era precisamente un acontecimiento televisivo de gran impacto. Digamos que Jessica Tapia entrevistando a Alan 2.0 quince años después genera más expectativa. Aquella conversación, pues, discurría calmadamente, sin sobresaltos ni contratiempos, aunque ciertas preguntas del periodista dejaban ver algún interés por hacer a De Soto hablar de más sobre el escritor. Mario Vargas Llosa acababa de publicar El pez en el agua, un libro de memorias que, además de ser una de las grandes joyas de la prosa literaria testimonial peruana, ajustaba cuentas con algunos de los cómplices que lo secundaron en la cruzada política que había terminado tan calamitosamente en 1990. Uno de los damnificados fue su ex amigo De Soto. Vargas Llosa había escrito sobre él:

“Era vanidoso y susceptible como una prima donna (...) un tanto pomposo y ridículo, con su español trufado de anglicismos y galicismos y sus cursilerías aristocráticas”. [También lo acusaba de tener] “una imagen de intelectual que, como dicen mis paisanos, lloraba al ser superpuesta sobre el original”.

Eran los años en que Vargas Llosa andaba peleado con el Perú. Poseedor de una visión de futuro que hoy tenemos que reconocerle (y con una gigantesca dosis de resentimiento, también), el escritor se negó a aceptar el hecho de que Fujimori hubiera recibido el respaldo popular y que la OEA le hubiera dado el visto bueno a su gobierno luego de la conformación del Congreso Constituyente Democrático. La intransigencia de Vargas Llosa rozaba el fanatismo: “Los medios de comunicación tratan de presentar la dictadura de Fujimori como de gran apoyo popular, lo cual es totalmente falso”, declaró ese año en México, cuando Fujimori tenía índices de aprobación que rozaban el ochenta por ciento. En la entrevista que nos concierne, Hernando de Soto criticaba a Vargas Llosa por utilizar su influencia para solicitar a organismos internacionales el cese de créditos financieros para el Perú. De pronto, y sin que Denis Vargas se lo preguntara, De Soto dijo tener una definición precisa de qué era Vargas Llosa para él:

—Un hijo de puta.

Denis Vargas Marín repreguntó visiblemente consternado y De Soto volvió a pronunciar cada una de las sílabas. Hi-jo-de-pu-ta. También defendió el insulto arguyendo que era muy castizo y peruano. Durante los siguientes días, hubo reacciones de todo tipo. La revista Caretas publicó un editorial en el que califica el insulto de De Soto de “deplorable” y “matonesco”. El Movimiento Libertad censuró en un comunicado las declaraciones, “por el uso de un lenguaje procaz e inaceptable en un programa televisivo”. Hasta la Dra. Martha Hildebrandt se pronunció en la revista TV + defendiendo el uso del epíteto: “¿Y por qué excluir de la cultura una expresión como “hijo de puta”, que está en Cervantes?”

Años después, el periodista Beto Ortiz deslizaría la versión de que el insulto era parte de un libreto preparado con anterioridad. Incluso, dijo, De Soto habría llegado a ensayar antes de la entrevista. Guido Lombardi no había asistido a Panorama, justamente, porque trabajaba para el Instituto Libertad y Democracia (fundado por De Soto) y sabía bien lo que iba a ocurrir. Preparada o espontánea, al cabo de casi 16 años la mentada de madre de Hernando Soto sigue generándonos una mezcla de sorpresa, incomodidad y vergüenza ajena. Por suerte, De Soto se encargó de calmar los ánimos años después al decir que aquello había sido solo una “pelea de arequipeños”. El exabrupto de Hernando de Soto contra Vargas Llosa: puesto número 3.

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COLOFÓN
Gran parte de este libro fue escrito en Berlín, donde, gracias a la generosidad del
doctor Wolf Lepenies, pasé un año como Fellow del Wissenschaftskolleg. Fue un
saludable contraste con los años anteriores, dedicar todo mi tiempo a leer, escribir,
dialogar con mis colegas del Kolleg y lidiar con la jeroglífica sintaxis del alemán.
En la madrugada del 6 de abril de 1992 me despertó una llamada de Lima. Era de
Luis Bustamante Belaunde y de Miguel Vega Alvear, quienes, en el segundo congreso del
Movimiento Libertad, en agosto de 1991, nos habían reemplazado a mí y a Miguel
Cruchaga como presidente y como secretario general. Alberto Fujimori acababa de
anunciar por televisión, de manera sorpresiva, su decisión de clausurar el Congreso, el
Poder Judicial, el Tribunal Constitucional, el Consejo Superior de la Magistratura, de
suspender la Constitución y de gobernar por decretos-leyes. De inmediato, las Fuerzas
Armadas dieron su respaldo a estas medidas.
De este modo, el sistema democrático restablecido en el Perú en 1980, luego de
doce años de dictadura militar, se desfondaba una vez más, por obra de quien, hacía dos
años, el pueblo peruano había elegido presidente y el 28 de julio de 1990, al asumir el
cargo, juró respetar la Constitución y el Estado de Derecho.
Los veinte meses de gobierno de Fujimori fueron muy diferentes de lo que hacían
temer su improvisación y su conducta durante la campaña. Apenas elegido, se desprendió
de los asesores económicos que, entre la primera y la segunda vuelta, había reclutado en
los predios de la izquierda moderada y buscó nuevos colaboradores en los sectores
empresariales y la derecha. La cartera de Economía fue confiada a un tránsfuga de Acción
Popular —el ingeniero Juan Hurtado Miller— y recientísimos asesores y colaboradores
míos en el Frente Democrático fueron instalados en importantes cargos públicos. Quien
había hecho del rechazo al shock su caballo de batalla electoral inauguró su gobierno con
un monumental desembalse de precios, al mismo tiempo que recortaba de un tajo las
tarifas de importación y el gasto público. Este proceso se aceleraría, luego, con el sucesor
de Hurtado Miller, Carlos Boloña, quien imprimió a la política económica un sesgo
claramente antipopulista, pro empresa privada, pro inversiones extranjeras y pro mercado,
e inició un programa de privatizaciones y de reducción de la burocracia estatal.

1 comentario:

Angelika dijo...

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