lunes, 25 de julio de 2011

Extraordinarias semblanza de Garrincha...



El mejor 7 de todos los tiempos, el mejor extremo, bien hace Cristiano en usar ese numero pero que recuerde, lo actualizara le dara glamour, pero no mas...
ciao

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Garrincha:

Desde mi eternidad sin fútbol, les doy la cordial bienvenida a bordo. Lo hago con ocasión de mi cumpleaños.

Hagamos un poco de historia. Nací en Pau Grande, un pueblo situado a 200 kilómetros del Botafogo de Río. Allí jugábamos para la tribuna vacía, o de pronto habitada por escasos parientes y amigos. O por garotas que después nos brindaban sus mieles en algún rastrojo.

El último mundial, que es carne de olvido, se calcula que lo vieron tres mil millones de personas. Lo que puede la televisión.

Jugábamos con balones proletarios, de trapo, o hechos con periódicos de ayer y amarrados con pita, para que no se desperdigaran los goles. Los sofisticados balones de hoy son un tanto afeminados: tienen de todo, hasta sauna y manicurista.

Pensando en mí, sospecho, Passolini escribió que "el goleador de un campeonato es siempre el mejor poeta del año". Javier María s, escritor y académico, dice que "el fútbol es la recuperación semanal de la infancia". Falso: es la recuperación diaria.

Aprendí a hacer goles y a amar, en ese desorden. Desde entonces supe que "el amor es eterno mientras dura", como escribió mi paisano Vinicius de Moraes. Lo supe por las múltiples mujeres que hice felices e infelices al mismo tiempo.

Es el extraño IVA que hay que pagar por amar sin medida. Nunca me gustaron las medias tintas. A veces lo siento por Iraci, mi primera dama, y por Elsa, la última musa, algo así como Vinicius pero de taco alto.

Vinicius también me dedicó un soneto: El ángel de las piernas tortas. Sí, afortunadamente, nací con las piernas un tanto desobedientes: que la una para acá, que la otra para allá; que la derecha seis centímetros más corta que la izquierda. Todo gracias a una madrugadora poliomielitis.

Como venía con el chip para jugar exquisito fútbol, convertí la poliomielitis en arte. De ambas piernas me serví para mi oficio. Los zurdos, incluído Maradona, también son gente. Muchos ven algo de Chaplin en mi forma de interpretar ese deporte. Lo mío era samba con balón.

Cuando sigo el fútbol desde mi hábitat entre las estrellas, evoco la fugaz inmortalidad que nos depara el gol. Yo los hice durante 19 años en equipos de mi país, y en el Junior, de Barranquilla, cuando mi fútbol empezaba a ocultarse, como el sol de los venados.

Los futbolistas nos suicidamos, o nos suicidan pronto en primavera.

Tenemos escasa vida útil. El olvido está al final de la escueta jornada.

Los de mi generación casi ni aprendimos a leer.

Preferíamos vivir, y practicar el "jogo bonito". Poco supimos de lidiar con la fugaz fama. Los tiempos cambian, claro está, para bien. Lo digo yo que me jacto de haber buscado primero la felicidad para mí. La caridad entra por casa. Luego divertí a mi pueblo. "Jugaba como quien cultiva orquídeas", dijo alguien de mí.

Siempre creí que el dinero no hace la felicidad, pero Âícuánto ayuda! Es mejor ser rico que ser pobre, proclamó un colega deportista que se ganaba el pan con el sudor de sus nocauts: Pambelé, de Colombia, ex campeón de boxeo.

Aprovechándose de mi nobleza, me obligaban a firmar contratos en blanco con mi primer gran empleador, el Botafogo. ÂíCristo Redentor de Corcovado si me explotaron! Por esa y otras razones que solo a mí conciernen, llegué escaso de metal al final de la andadura. Y ciego, convertido en Borges del gol. Lo que no deja de ser una ironía, porque el gaucho memorioso pocón de fútbol.

En la película "Garrincha, estrella solitaria", de Milton Alencar Jr., privilegian este aspecto de mi vida, privado de la luz. La película que a veces es documental, me pareció bella, a pesar de que la crítica no ha sido benévola con ella.

Hay más leyenda que realidad, pero así fue mi vida. A veces ni yo mismo sabía si estaba viviendo mi propia leyenda. Gajes del oficio de ser Garrincha.

Me parece que a la película le ha hecho falta público. Y mejores teatros. Mis agradecimientos a André Goncalves, quien me encarnó en la cinta. ÂíQué garotas te tocó llevar a la cama en la película, viejo!

Los colegas que me dieron el codazo generacional, sí saben de negocios.

Han convertido el fútbol en una máquina de hacer plata. Al lado de compañeros de rumba y mujeres de viento, sacadas de la pasarela, tienen asesores económicos políglotas, fugados de Harvard. Se defienden lo mismo en la mesa, el Spa, el turco, la junta de negocios, que en el campo de juego.

Que lo disfruten. Se lo merecen. Ellos, como yo, somos payasos que tenemos el encargo de distraer a los hinchas que "son cosa vana, variable y ondeante".

Antes se hablaba de pan y circo. El circo de ahora lo ponemos los futbolistas. Menos mal, la torta económica está mejor repartida. No en todas partes, por supuesto. Los de abajo siguen siendo los de abajo. Los Garrinchas.

Ronaldo, Beckham, Figo, Kaká, ganan y gastan. No se enloquecen con el billete. Y hacen bien. Para mi gusto, me quedo con Ronaldinho, cuyo fútbol se fue de vacaciones en el último mundial. No ha regresado ahora que ha retomado su puesto en el Milán.

Otros que me tramaron fueron Tévez, Messi, Robinho, que juega con la alegría, las ganas y la picardía que exhibía yo en Pau Grande.

Todos hicieron su master en los potreros, la mejor universidad.

Ellos tienen más de Garrincha, el pájaro pobre y veloz que me prestó su nombre y en el cual reencarnaba cada vez que hacía un gol, así fuera en Pau Grande, en Suecia o en Santiago, donde fuimos campeones del mundo.

Al final de mis cincuenta años me goleó el alcoholismo. No pude resistir su dribling endiablado. Lo digo yo que enloquecía a mis marcadores con mi prestidigitación. Gallego, mi marcador cuando enfrentamos a Millonarios, en Bogotá, todavía me está buscando.

Como se lo dije a manera de epitafio a Cepeda Samudio, un periodista barranquillero: "Yo viví la vida, la vida no me vivió a mi". Con el gorrión de París, Edith Piaf -Garrincha de la voz- aprendí que "uno tiene que merecerse la muerte". Hice mi tarea. Ahí les dejo el cuero, uno de los alias del balón.

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Por ÁLVARO CEPEDA SAMUDIO

Qué grato y oportuno reunir detrás del tiempo a dos grandes personajes de nuestro siglo XX, ahora, en los albores del XXI: Garrincha y Álvaro Cepeda Samudio, invariables en su genial naturaleza. Este reportaje fue publicado inicialmente en El Heraldo, de Barranquilla, Colombia y reproducido el domingo 11 de junio en El Universal de Cartagena. Gracias a ODG, quien lo remitió).

CS: He notado que los periódicos colombianos, al mencionar su nombre, sólo hablan de su espectacular romance con la cantante Elsa Soares. ¿Es que a usted ya no le interesa el fútbol?
El rostro abotagado de Manuel Dos Santos, taciturno, sin expresión, como la de un boxeador que ha perdido muchos combates, se ilumina de pronto en una sonrisa abierta, y los ojos hasta ahora pequeños, y también sin expresión, por primera vez comienzan a aparecer inteligentes, vivos, iluminados como la sonrisa. El hombre bueno y descomplicado que es realmente esta leyenda del fútbol mundial que se llama "Garrincha", aparece como del cubilete de un prestidigitador al conjuro de un nombre: Elsa Soares.

Garrincha: "Yo no leo nunca las páginas deportivas de los periódicos, ni oigo lo que dicen por la radio: me volvería loco. Un día soy un genio del fútbol. Al otro día, mi vida privada está en todos los titulares y ya no soy un genio del fútbol porque casi nunca, al hablar de mí se habla del fútbol, sino de lo que hago fuera de la cancha y lo que hago fuera, la novela que es mi vida, hace que se olviden del fútbol que yo juego. Entonces no se puede distinguir.

"Por eso no leo nunca lo que dicen de mí: si hablan bien, son mis amigos; si hablan mal también son mis amigos. ¿Para qué molestarme? Yo soy un hombre feliz".

Esa felicidad le brota a Manuel Dos Santos por todas partes: no la esconde, muy por el contrario: la exhibe y la celebra con alegría del muchacho muy pobre, como lo fue él en Pau Grande, que por primera vez tiene un juguete. Cuatro o cinco cables salen de Barranquilla hacia Río de Janeiro todos los días, y otros tantos llegan. Además de feliz, Manuel Dos Santos es también un hombre enamorado.

ACS: ¿Todo esto de discutir su vida privada en las primeras páginas de los periódicos y a los cuatro vientos en la radio y en la televisión, no lo mortifica?

Garrincha: "A mí no. Yo vivo la vida, la vida no me vive a mí".

En el principio fue el fútbo
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El pueblo es pequeño y en las colinas se amontonan las casas pobres, casi favelas, donde las gentes más pobres del pueblo dejan pasar el hambre viendo pasar los ríos, "montones de ríos", dice "Garrincha", que atraviesan el pueblo por todos lados. El pueblo es Pau Grande, a unos 200 kilómetros de Río. En este pueblo, y en una de las casas más pobres, nació Manuel Dos Santos "Garrincha", el 18 de octubre de 1935.

Manuel Dos Santos no se acuerda cómo comenzó a jugar al fútbol en Pau Grande. Tampoco se acuerda cuándo comenzó a trabajar, aprendiendo a coser mangas a las camisas que se producían en la fábrica de confecciones que aún funciona en el pueblo. "Debió ser muy pequeño", dice. Pero sí se acuerda del horario de la fábrica, porque todavía siente el cansancio de la jornada: de seis de la mañana a cuatro de la tarde, cosiendo mangas; de las cuatro hasta que oscurecía, jugando al fútbol; y de las siete de la noche a las nueve, estudiando en la escuela de la fábrica donde también trabajaba su padre, que era celador, y con quien se cruzaba todas las noches cuando el pequeño Manuel iniciaba el regreso, muerto de cansancio, a su casa pobre de la colina.

"Tanta pobreza y tanto trabajo no me dejaron campo para ser vanidoso ahora cuando, gracias al fútbol, lo tengo todo". Y es cierto: porque este hombre, de cuerpo pequeño y regordete —altura, 1:69; peso, 72 kilos— que en 13 años con el equipo Botafogo marcó 353 goles y ha asombrado con su endiablado juego todo rapidez, malicia y picardía, al público de tres campeonatos mundiales, es, antes que todo, un hombre sencillo, amable; a quien no afectan ni el elogio delirante ni la diatriba más implacable porque: "los jugadores profesionales no somos más que payasos: salimos al campo a divertir a un público que paga por vernos ganar o vernos perder: al igual que los payasos en el circo, nos aplauden si lo hacemos bien y nos insultan si lo hacemos mal, pero de ambas maneras los estamos divirtiendo.

Y si nos dejamos llevar por los insultos o los aplausos no podríamos hacer bien nuestro papel".
1953. Botafogo

"Siete años —esto es lo que él recuerda— jugó Manuel Dos Santos en Pau Grande, en el 'Sport Club América', formado por los empleados de la fábrica cuyas camisas daban el nombre al equipo del pueblo. 'Garrincha', era un problema técnico en el Sport Club América; su puesto, el que le habían asignado los jugadores mayores y más altos que él, era el de mediocampista, pero su velocidad innata lo mantenía metido todo el tiempo dentro del arco contrario, entregando pelotas para que los otros anotaran los goles. 'No había nada qué hacer porque ellos eran los dueños del balón'".

Pero otra cosa era en los encuentros callejeros donde los ocho hijos del celador Dos Santos eran todos dueños del balón. Aquí Manuel jugaba en el puesto que entonces le gustaba más: puntero izquierdo. "Amadeo —cuenta Garrincha—, el mayor, compró una pelota y ocho camisetas cuyo valor hubo que pagárselo por pequeñas cuotas semanales porque él tampoco tenía dinero suficiente para pagar en el almacén.

"Más de dos años nos duraron la pelota y las camisetas y más de dos años estuve pagando las cuotas, pero todo este tiempo jugué en la punta". En 1951 el Sport Club América fue llevado a Río de Janeiro para jugar contra otro equipo de quién sabe qué otra fábrica de camisas. Pero da la casualidad —no hay vida de personaje famoso cuya leyenda no esté llena de casualidades— que este encuentro, sin ninguna importancia, fue pitado, y por razones que es mejor no averiguar ahora porque se estropearía la magia de la leyenda, por Arití, uno de los árbitros más famosos del campeonato carioca.

Arití vio al pequeño Manuel, que a los 16 años seguía siendo muy pequeño para sus años, tragarse la cancha, tragarse los tarajallones del equipo contrario y tragarse el aire durante los 90 minutos con su increíble velocidad y el malabarismo de sus piernas manetas. Arití, como todo arbitro y contrariamente a lo que se cree, tenía su equipo preferido. Y habló a los dirigentes del Botafogo de este pequeño fenómeno del fútbol.

Los dirigentes del Botafogo, y ésta es quizá la única muestra de inteligencia que dieron durante los 13 años que Garrincha vistió la camiseta a rayas negras y blancas del equipo, no perdieron de vista al defensa —mediocampista— puntero de Pau Grande. Y un domingo de 1953, Manuel Dos Santos hacía su primer encuentro profesional en Río de Janeiro jugando en la punta izquierda del Botafogo contra el Flamengo. Resultado final: Botafogo 3; Flamengo 1. ¿Y Garrincha? Anotó dos goles. El improbable cosedor de mangas de Pau Grande había iniciado una carrera pocas veces igualada en la historia del fútbol, y el Brasil comenzaba a vislumbrar a uno de los hombres que llevaría los colores del país a conquistar dos campeonatos mundiales consecutivos.

"En Pau Grande —dice inicialmente— aprendí tres cosas: a ser humilde, a coser y a jugar al fútbol; en ese mismo orden".

Siempre los dirigentes

De sus 13 años en Botafogo, Garrincha guarda un contradictorio recuerdo: a la institución, Botafogo, la venera, pero a sus dirigentes no les guarda ningún afecto. Aunque tampoco rencor, pues este sentimiento no entra en su inventario.

Con Garrincha, el Botafogo fue tres veces campeón del torneo carioca y dos veces campeón del Brasil. En su primer año de profesional empató con el paraguayo Benítez, el primer puesto en la casilla de goleadores con 33 anotaciones.

Su vinculación al Botafogo termina en 1965. Garrincha tenía una rodilla lesionada y varias veces jugó anestesiado para que no perdiera su cuadro. Los dirigentes insistían en que se sometiera a la operación con el médico del equipo; Garrincha prefería a su médico particular, en quien tenía más confianza: la diferencia era solamente de 50 dólares. Los dirigentes se obstinaron. Garrincha pagó de su bolsillo la operación y se largó del Botafogo. "Cuando Amarildo se fue a Italia, los directivos le dieron un gran banquete; a mí no me dijeron ni adiós. Así son siempre los dirigentes en todas partes: les interesa la empresa, los hombres que la hacen posible no valen nada para ellos.

"Al Botafogo como institución le debo mucho, a sus dirigentes nada: ellos me deben a mí".

ACS: ¿Qué quiere decir "Garrincha"?

Garrincha: "Es un pájaro muy veloz, pero no es nada, no es un pájaro fino. No hace nada".

ACS: ¿Como la golondrina?

Garrincha: "No, no; la golondrina tiene clase; se la menciona mucho. No, éste es un pájaro maluco. No hace nada; es un pájaro pobre, pero muy veloz, más veloz que cualquier pájaro".

ACS: ¿Como el cucarachero?

Garrincha: "Tal vez sí. No lo conozco, pero debe ser así como usted dice. Mire: el garrincha es como yo".

En Pau Grande al inquieto Manuel que a los cuatro años no debía levantar mucho del suelo, le encantaba ir a cazar pájaros con su honda. A esa edad andaba por entre el monte "como una exhalación del infierno", decía su hermana Rosa Dos Santos, la mayor. Un día entró corriendo a su casa con un pájaro todavía aleteando en sus pequeñas y regordetas manos morenas. Manuel no sabía qué había cazado. Rosa le dijo: "Es igualito a ti, vuela mucho, pero no sirve para nada: es un garrincha". Manuel lo curó y lo conservó por mucho tiempo y nadie recuerda hoy qué se hizo el garrincha que perpetuó su nombre en uno de los mejores jugadores del mundo. Pero a este Garrincha sí lo recordará siempre la historia del deporte.

Bogotá, 1954

El recuerdo de Colombia es para Garrincha una mezcla de alegría y de mucha tristeza. Su primer partido internacional lo jugó en Bogotá contra Millonarios, el gran Millonarios de Rossi, Cozzi y Pedernera, que fue vencido por Botafogo dos por cero. Fue su alegría ganar el primer encuentro que jugaba fuera del Brasil. Pero al regresar a Río encontró que su hermana menor, Teresa, de tres años, había muerto ese mismo domingo que él jugaba en Bogotá. El 8 de agosto del mismo año, contra Santa Fe, y Botafogo volvió a ganar, esta vez dos por uno. Fue calificado por El Tiempo como el mejor de los visitantes. Elaboró, aunque no finalizó, el gol del triunfo.

"Se acostumbra uno a todo —dice Garrincha—, a lo bueno y a lo malo".

Chile, 1962

Se jugaba la Copa Mundo en Santiago. El encuentro Brasil-Chile comienza muy fuerte y sigue peor. Se juega duro. El público hostiliza constantemente a los brasileros. Los chilenos consiguen el primer tanto y las graderías se enloquecen. Pelota al centro. Pelé a Vavá. Se escapa Garrincha con el pase de Vavá, y anota de un tiro violento. Quince minutos más tarde recoge una pelota de Nilton Santos en el medio campo. Pica la pelota y rebasa a la defensiva chilena para fusilar al guardavallas. De las graderías energúmenas vuela una botella; Garrincha cae al suelo bañado en sangre. Lo llevan a la clínica y no puede volver al partido. "Salí riéndome. Les gané yo solo a los chilenos 3-1. ¡3 a 1! Sí. Dos goles y un botellazo que también se cuenta".

Los goles

"Se preocupan mucho de quién hace los goles en el fútbol, pero éste es y debe ser un juego de conjunto. En la cancha todos somos iguales. Detrás del que hace los goles está siempre alguien, otro jugador que no se ve y que no sale en los periódicos. Está el resto del equipo. Para mí, por ejemplo, que he anotado muchos goles, el mejor partido que creo he jugado en mi vida, fue en Chile contra Rusia, y no hice ningún gol".

Suma, 1958

De Suecia, característicamente, Garrincha no habla de la primera Copa Mundo en la cual participó a los 23 años y de donde Brasil regresó campeón con el equipo que repetiría la hazaña cuatro años más tarde en Chile. Lo que más le divirtió fue la ceremonia final, cuando el rey Gustavo Adolfo le regaló a cada uno de los once titulares un reloj de oro.

"Una tarde, dos años después, al terminar un partido en el Maracaná, descubrí que me habían robado el reloj. Me reí tanto pensando qué diría el rey de Suecia al enterarse de que yo había perdido su reloj".

Inglaterra, 1966

En Inglaterra, para Garrincha sucedió lo que parecía imposible que sucediera: Brasil fue eliminado. En una frase define el resultado: "Nos masacraron". La selección brasilera que fue a Inglaterra, según Garrincha, no podía perder. Tenía todos los elementos y condiciones para lograr el tercer campeonato mundial para el Brasil. Pero perdieron.



ACS: ¿Por qué perdieron?

Garrincha: "Todos los equipos jugaron contra nosotros; éramos el equipo para derrotar".

ACS: ¿No jugaron fútbol?

Garrincha: "No nos dejaron jugar fútbol. Nos armaron una verdadera cacería humana. Pelé fue virtualmente cazado. Fue perseguido hasta que lo inutilizaron. Las películas lo muestran claramente".

ACS: Esa es la excusa. La realidad es otra. El fútbol, mezcla del sistema rioplatense y de la velocidad en el manejo de la pelota sin fortaleza en los jugadores, sin físico para arrolar en el ataque y romper en la defensiva, a base siempre de estatura y rudeza más que de habilidad, la organización de los avances contrarios, el fútbol sin atletas, que es el fútbol suramericano, hizo crisis en Inglaterra. La selección brasilera no estaba preparada para esta nueva modalidad del fútbol.

Garrincha: "No lo esperábamos. No estábamos preparados para un juego tan sucio. Quisimos jugar fútbol y no nos dejaron".

ACS: ¿Usted diría que la selección que fue a Inglaterra era lo mejor que podía presentar el Brasil en ese momento?

Garrincha: "No sé si era lo mejor o no, pero debíamos ganar. La otra realidad, como usted dice, no salió a jugar a la cancha: la realidad de la ineptitud de los dirigentes, que los llevaron. Todo el mundo intervino en la selección del equipo, en su preparación, en su dirección. Con decirle que fuimos a Inglaterra 22 jugadores y 22 dirigentes".

Pelé

Garrincha conoció a Pelé en 1956, cuando se enfrentaron por primera vez los dos más grandes jugadores del fútbol del Brasil, en un encuentro entre el Santos y el Botafogo. Ganó el Santos 4 a 1: Pelé hizo los cuatro goles.

ACS: ¿El rey Pelé?

Garrincha: "No somos reyes. Somos jugadores de fútbol profesional. Somos, ya le dije, payasos. Todos somos iguales.

"Yo soy igual a Pelé".

ACS: ¿Los goles?

Garrincha: "Detrás de cada gol de Pelé está uno de nosotros, uno del conjunto. El público aplaude a uno, no a todos. Es el fútbol. Lo de los reyes lo inventan los periódicos".

El mejor: Todos

Para Garrincha, todos los jugadores son iguales: todos son sus amigos. Pero si se le insiste se van conociendo sus preferencias, aunque no duran. Son cambiantes para acomodar a todos. Garrincha parece médico. No habla mal de ningún colega, y al final de la conversación se vuelve lo mismo: "todos somos iguales". Pelé es como Amarildo, Amarildo como Tostao, Garrincha como Pelé, y Ayrton como Garrincha. Pero una cosa se saca en claro: el jugador extranjero que más admira es a Yaschin, el guardameta ruso. Y de los brasileros a Zizinho. Desde pequeño su ídolo ha sido Zizinho. Su gran ilusión era la de jugar al lado de él. Solamente una vez realizó ese sueño en un encuentro amistoso entre Brasil y Paraguay en el Maracaná en 1955. Su mayor satisfacción fue la de servir las pelotas con que Zizinho hizo los goles esa tarde. "Se cambiaron los papeles: ahora Zizinho es hincha mío".

Pero se vuelve lo mismo: Nilton Santos, Vavá, Valentín, Boby Charlton, todos son iguales. Estoy seguro de que si a Garrincha se le pregunta qué le parece "Memuerde" García, dirá que es lo mismo de bueno que Pelé.

Júnior, 1968

Para Garrincha, el Júnior de este año con los jugadores que tiene, no debe perder. Un equipo cuya delantera hace siempre más de dos goles, tiene que ganar el partido, pero en el Junior todo es diferente. "Tal vez, dice Garrincha, pero ese equipo no puede perder este campeonato". Se habla de Marinho Rodríguez de Oliveira, a quien los directivos del Junior no supieron aprovechar. Marinho como director técnico del Botafogo es muy conocido de Garrincha. "Es un gran entrenador, es de los mejores entrenadores que he conocido. Sabe mucho de fútbol y maneja muy bien su equipo en la cancha. El Junior no sabe lo que perdió". Sí sabe, pero le da lo mismo: los entrenadores no llenan estadios.

ACS: ¿Qué le gustaría hacer cuando deje el fútbol?

Garrincha: "No sé. Tal vez entrenador. Pero pienso que no sirvo para eso. Un entrenador tiene que ser duro y yo soy muy buena persona y no puedo ser duro con nadie. Con el entrenador se cometen injusticias. El jugador se juega su carrera él solo en cada partido. El entrenador se la juega en cada partido también, pero se la juega once veces con los once jugadores".

Garrincha parece ser sincero cuando dice que es totalmente desinteresado. "El dinero no hace la felicidad", dice como recordando la frase de una película romántica o de vaqueros que es lo que más le gusta hacer por las noches. "Soy un hombre casero; las películas me gustan en la televisión".

ACS: ¿Por qué vino a jugar a Colombia? ¿No sería por el dinero?

Garrincha: "No".

ACS: Entonces, ¿por qué no juega en Brasil?

Garrincha: "En Río no me dejan tranquilo. Yo soy mucha noticia. Yo vendo muchos periódicos y todos los días tienen que hacer una historia nueva sobre nosotros. Que si maté a Elsa y me suicidé. Que si mi primera esposa me va a meter a la cárcel. Que si dejo a Elsa. Que si Elsa me deja a mí. A nadie le interesa cómo juego al fútbol, sino lo que hacemos Elsa y yo".

ACS: ¿Pero a usted le molesta eso?

Garrincha: "No, a mí no. A mí no me importa. Pero a Elsa sí. Se pone muy brava cuando hablan mal de mí en la televisión. Es mejor aquí en Barranquilla.

ACS: ¿Cuándo viene Elsa?

Garrincha: "Elsa no viene; yo me voy".

ACS: ¿Cree que usted y Elsa ayuden a vender periódicos en Colombia?

Garrincha: "No sé. ¿Usted qué dice?"

ACS: Creo que no. Sigamos hablando de Elsa.

Nota final: Cuando murió Garrincha lloró todo Brasil y el mundo del fútbol perdió a quien fue un mago del balón y posiblemente el mejor extremo derecho que ha habido nunca.

Cuando era pequeño (le apodaron Garrincha que quería decir pajarito feo e inútil) sufrió poliomielitis y los médicos le dijeron que nunca podría andar con normalidad; de hecho era zambo (tenia los pies girados 80 grados hacia dentro) y tenia una pierna 6 cm. más larga que la otra, pero se equivocaron, y esas piernas le sirvieron para ser el rey del regateo (amagaba hacia el centro y se iba por la derecha).

Nunca nadie ha tenido la valentía de hacer los regateos, las fintas, los amagos y las jugadas hasta la línea de fondo que hizo Garrincha. Tenía una clase individual prodigiosa y aprovechó la banda derecha como nadie. Daba igual el marcador que le pusieran, Garrincha siempre le regateaba una, dos o tres veces antes de poner el balón al compañero mejor colocado.

Jugó 60 partidos con la selección brasileña, esa selección que nunca perdió con él y Pelé en el campo. Debutó como profesional en el Botafogo, con 20 años, con el que llegó a marcar 232 goles (el día de su debut ya marcó 3). Por aquella época los partidos contra el Santos de Pelé eran memorables.

Sus problemas con el alcohol y las mujeres le llevaron a la decadencia futbolística. Se vio envuelto en un escándalo cuando dejó a su mujer y a sus 8 hijos para casarse con la cantante Elsa Soarez. También tuvo problemas con impuestos. Su muerte se produjo el 20 de Enero de 1983 en Río. Aquel día el llamado por muchos "Pájaro Cantor" no dejó de cantar para todos los buenos aficionados al fútbol, quienes aun le recuerdan como un mito.

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Por: Fernando Araújo Vélez

“Yo no leo nunca las páginas deportivas de los periódicos ni oigo lo que dicen en la radio. Me volvería loco. Un día soy un genio del fútbol. Otro, mi vida privada está en tdoos los titulares y ya no soy un genio del fútbol porque casi nunca, al hablar de mí, se habla de fútbol sino de lo que hago fuera de la cancha. Yo lo que hago afuera, la novela de la vida de Garrincha, como la llaman por ahí, hacen que se olviden del fútbol que yo juego. Entonces no se puede distinguir. Por eso no leo lo que escriben de mí. Si hablan bien, son mis amigos. Si hablan mal, son mis amigos también. ¿Para qué molestarme? Soy un hombre feliz. Yo vivo la vida, la vida no me vive a mí” (Declaraciones tomadas de una entrevista a Alvaro Cepeda cuando Garrincha jugó en el Junior, años 60).

Para él, un tipo de piel curtida, piernas arqueadas, físico de payaso-barrio barato y andar despreocupado, la pelota siempre fue lo de menos. Si no aparecía una había que inventarla, con cualquier trapo y de cualquier manera. Medias, papeles, cuero, limpión… Si aparecía había que jugar donde el dueño dijera. Todo con tal de jugar, todo con tal de sentir la pelota pegada a la piel. Lo único importante, impostergable, vital, era jugar. En la playa, en el peladero de la esquina, en el potrero. Con los amigos, los enemigos, el policía, los tíos o los desocupados. Así creció él, Manoel dos Santos… Así se acostumbró a vivir: Garrincha. Con los años aquel jugar y jugar se volvió obligación. Entonces llegó el Botafogo, años 50. Y los primeros billetes, los estadios, la selección, la idolatría…

“Los jugadores de fútbol no somos más que payasos. Salimos al campo de juego a divertir a un público que paga para vernos ganar o para vernos perder. Igual que a los payasos en el circo nos aplauden si lo hacemos bien y nos insultan si lo hacemos mal, pero de ambas maneras los estamos divirtiendo, y si nos dejáramos llevar por los insultos o los aplausos no podríamos hacer bien nuestro papel…”

Ser ídolo fue tener que ser responsable. Ser ejemplo, aunque él jamás los hubiera tenido o deseado, aunque él nunca hubiese pretendido serlo. Kle enseñaron modales, a hablar en público, a vestirse. A comienzos de 1958 lo citaron para que hiciera parte de la selección de Brasil que jugaría el Mundial de Suecia. “La posibilidad del título por fin, de la gloria, de la inmortalidad”, le dijeron. Y él se embarcó hacia aquel destino. Suecia le sonaba a frío y a rubio, a nieve. Y él tan moreno, tan hecho al sol, tan sudor.

“Se acostumbra uno a todo, a lo bueno y a lo malo…”

Su pueblo, Pau Grande, era un pueblo pequeño, pueblo de favelas, de casas con piso de barro, de siete niños en la misma habitación, de un litro de leche para todo el día. Allí nació el 18 de octubre de 1935, allí creció, y allí consiguió su primer trabajo en una fábrica de confecciones.

“A las siete de la noche volvía a la fábrica después de jugar en la tarde, porque mi padre trabajaba también en la fábrica como celador. A las 10 de la noche llegaba a la casa, y a las seis estaba de nuevo en el trabajo. Tanta pobreza y tanta fábrica no me dejaron campo para ser vanidoso ni siquiera años después, cuando gracias al fútbol lo tuve todo”.

Su pueblo lo vio jugar por siete años en el Sport Club América, el equipo de la fábrica. Un día de 1951, nadie nunca supo por qué, enfrentó a otro conjunto de fábrica de camisa en Río de Janeiro y fue la historia de siempre. Lo vieron, le halaron, lo convencieron… Dos años más tarde Manoel dos Santos debutó con el Botafogo anotándole dos goles al Flamengo. Entonces comenzaron a llamarlo Garrincha.

“El Garrincha es un pájaro muy veloz, pero no es nada, no hace nada. No es un pájaro fino… Más bien es un pájaro maluco, un pájaro pobre que no hace nada pero que es más veloz que todos los otros pájaros”.

Una tarde cualquiera, tendría 10 ó 12 años, Manoel se fue como todas las tardes a cazar pájaros con su cauchera. Entrada casi la noche regresó a casa corriendo con un pajarito entre sus manos. Estaba herido, no podía volar. El niño no sabía qué clase de ave era y le preguntó a su hermana. Ella, Rosa dos Santos, le dijo “es un garrincha, igualito a ti, vuela mucho pero no sirve para nada”. El niño se fue con el pájaro a su rincón predilecto. Lo curó.

“Sí, el garrincha no es nada, no sirve para nada pero es muy veloz. Mire, el garrincha soy yo”.

La Copa del 58 coenzó el 8 de junio. Favoritos, apuestas, la ruleta de las oportunidades girando y girando. En fin, el fútbol. Brasiol debutó ante Austria. Tres por cero. Didí, Vavá, Zagalo. “Fue demasiado”, dijo la prensa. Luego, 0-0 contra Inglaterra. Ni Didí ni Vavá ni Zagalo ni Nilton Santos. Decepción, temor, apatía… Poco fútbol… Ni un céntimo de imaginación.

“En Pau Grande aprendí tres cosas, a ser humilde, a coser yu a jugar al fútbol. En ese mismo orden”.



Del juego contra la Unión Soviética dependía el futuro. Era ganar o ganar. La noche antes, noche del 14 de junio, Vavá y Nilton Santos solicitaron una reunión urgente con Vicente Ítalo Feola, el técnico del equipo, un hombre pesado adicto a las golosinas. “Mire, don Vicente, el problema es que no tenemos cómo ganar. Sólo hay una salida, que usted ponga en la titular a los dos muchachitos que tiene en el banco, Pelé y Garrincha. No hay de otra. Si juegan ellos, ganamos la Copa, si no juegan, no jugamos nosotros”. Nilton Santos acabó su discurso y se marchó, seguido por Vavá. Feola buscó en su armario el fólder donde consignaba lo que ocurría en y con la delegación. “Garrincha, 23 años, débil mental”. “Pelé, 17 años, pies planos”. Cerró el documento y llamó al psicólogo del grupo, Joao de Carvalhes. “Con respecto a Pelé, podemos hacer algo. Lo del otro, Garrincha, es irremediable, no hay ningún asomo de inteligencia en él”, sentenció. Al día siguiente, los dos hicieron trizas la defensa de los soviéticos. Nunca más salieron de la línea titular. Con ellos, Brasil pasó por encima, barrió a Gales, Francia y Suecia y fue campeón del mundo por vez primera en su historia.

“Fue divertido todo. Pero posiblemente lo más divertido fue que el rey Gustavo Adolfo nos regaló un reloj de otro a cada uno de los del equipo. Una tarde, dos años después, al final de un partido en el Maracaná, descubrí que me lo habían robado”.

Pelé y Garrincha se vieron por primera vez a finales del año de 1956 en un partido de fútbol. Esa tarde ganó el Santos 4-0. Los cuatro goles los anotó Pelé. Nunca fueron amigos, pero se hablaban. Jugaron juntos tres Mundiales, le dieron a Brasil dos títulos, infinidad de alegrías, vida, ilusión, pero eran distintos, diametralmente diferentes. Garrincha siempre fue el loco de la punta; Pelé, el ejemplo. Decían que uno nació para sufrir y el otro para triunfar. Dijeron que uno fue parido por una de sus hermanas, violada por su padre. El otro fue el hijo toda la vida esperado por su madre. Día y noche, infierno y cielo. Pelé se dejó ver con las mujeres más famosas del mundo. A Garrincha el pueblo le ofrecía sus hijas para que les engendrara hijos. O Rei y el Ángel de las Piernas Torcidas…

“¿O Rei? Nadie es rey en el fútbol, no somos reyes de nada. Somos jugadores de fútbol profesional. Somos, ya lo dije, payasos. Todos somos iguales. Yo soy igual a Pelé, y detrás de cada gol suyo está uno de nosotros, uno del conjunto. El público aplaude a uno, no a todos. Es el fútbol. Lo de los reyes lo inventaron los periódicos…”

La última vez que se encontraron fue durante los carnavales de Río, en 1980. Pelé estaba en el palco de honor, sentado al lado del presidente y de las altas personalidades del gobierno. El pueblo cantaba y aplaudía. Las carrozas pasaban, se iban. Pasó una que decía “de los potreros a la Jules Rimet”. Dentro iba un hombre flaco, casi amarillo, sudoroso, sentado en una butaca, mirando sin mirar, vestido con el uniforme de Brasil. “Mané, Mané, soy yo, Pelé, Mané, soy yo, Pelé”. La carroza pasó sin que nadie la detuviera, como en cámara lenta, en medio de la samba y la alegría.

“El dinero no hace la felicidad”.

Tres años más tarde, el 20 de enero de 1983, un empleado de hospital recibió el cadáver de un hombre que debía estar por los 50 años. En una ficha de identificación escribió: Nombre, Manoel Da Silva. Nacionalidad, desconocida. Luego supo que aquel hombre sin identificación era Garrincha.

“El garrincha es un pájaro muy veloz, pero no sirve para nada, no hace nada. Mire, el garrincha soy yo…”

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Entrevista a Elza Soares


Tomando como base algunas declaraciones y pronunciamientos públicos de Elza Soares, en estos 21 años transcurridos desde la muerte de Garrincha, y recogidos en diversos medios escritos brasileños, Andrés Salcedo ha preparado un monólogo en primera persona, con el que la famosa cantante recrea su vida al lado del futbolista
Por ELZA SOARES,
como lo editó Andrés Salcedo

Sí, yo sé que todavía hay gente por ahí que me sigue considerando una devoramachos, la Yoko Ono de Garrincha, la que le comió el coco, lo sacó del fútbol y lo empujó a la muerte. Eso me hacía sufrir antes, cuando todavía era joven y seguía enamorada de un carajo muerto hacía cuatro, cinco años. Como lo sigo estando ahora, 20 años después.

Y qué carajo tan fascinante, Garrincha. Una de esas criaturas que Dios nos manda cuando vuelve a escasear el amor aquí abajo, como quien echa una paletada de carbón en la locomotora. Cualquier día amaneció de buen genio y echó a volar hasta la tierra a Garrincha, que probablemente allá arriba, antes de que lo mandaran para acá, era un pájaro desorientado y desamparado, sobreviviente del edén.

Garrincha es el ser más puro y noble que he conocido. Él vino a este mundo sólo a hacer el bien. Lo hizo sin esforzarse, limitándose a ser, simplemente, él mismo. En el estadio, en la calle, cuando estaba bravo, cuando me hacía el amor. Jugaba al fútbol con el mismo entusiasmo en el Maracaná, con las tribunas a reventar, o en cualquier peladero, donde, sin hacerse de rogar, y siendo ya campeón de mundo, se cambiaba de ropa como un pelado amateur y saltaba al campo a disputar un picadito con los malandros del barrio, bajo unos árboles atestados de mirones. Mané fue toda la vida un muchacho pueblerino incapaz de odiar a nadie, que nunca culpó a alguien de nada. Que jamás se quejó. Ni de las faltas que le hacían los defensas carniceros, que se la tenían jurada, ni de las zancadillas que le tendieron fuera del campo.

Mi Mané fue un hombre apasionado que vivió intensamente grandes amores, que amó y fue amado por varias mujeres, que supo conservar los mismos amigos de siempre, a los que nunca olvidó, tuviera o no tuviera un puto peso en el bolsillo.
Pero donde nuestras almas cabalgaban juntas, se derretían y se fundían era en la cama. En esos momentos en que todo quedaba subordinado a la pasión, la luz, la sombra, los ruidos, el pulso de la tierra se percibían como elementos de una sinfonía que Garrincha y yo improvisábamos, guiados por la mano de Dios. Ahí, en el delgado borde del desborde, acercaba su boca a mi oreja y me susurraba esa palabra con la que siempre me llamó, pero que pronunciada en ese preciso, vulnerable momento, envuelta en el calor de su aliento, me empujaba, sin remedio, al éxtasis: “Criolla”.

“Criolla”: siempre me llamó así. Nunca Elza o los otros nombres con que me conocen mis amigos y la gente de la farándula. “Criolla, hazme ese cafesinho colado que te enseñó tu mamá”, “Criolla, cántame la zambinha que tú sabes, que los dos sabemos”, “Criolla”, ven, dame un beso”.

Con Garrincha descubrí lo que es el amor. Los otros hombres que pasaron por mi vida no pesaron, no dejaron huella. Con Mané aprendí que el amor es Dios. Es el sí y es el no de la vida. La sal, la poesía. Quizá eso fue posible en nuestro caso porque los dos vivimos nuestro amor con mucho respeto y a corazón abierto. La fatalidad lo interrumpió pero no pudo destruirlo.

Aquí estaría ahora, conmigo, ese bandido patas pandeadas, viendo la televisión, los dos con el pelo blanquito, bebiendo café. O escuchando la música que acompañó el hechizo de aquellos años. Las viejas baladinhas de nuestro amor. Ahora estaría yo oyendo por centésima vez la anécdota del zaguero negro de Millonarios, que lo enfrentó en Bogotá durante una gira del Botafogo, y la compasión y la solidaridad que sintió cuando miró para atrás y lo vio convertido en un montoncito de escombros, patas arriba en la pista atlética, después de comerse un par de amagues suyos y de sufrir la vergüenza pública de un túnel que desató las burlas hasta en el último rincón del estadio. Garrincha era así. Se divertía burlándose de sus marcadores pero después del partido, en la casa, con un cafesinho en la mano, los remordimientos le hacían pasar un mal rato.
Hoy las mujeres buscan a los futbolistas por puro interés. Porque ahora tienen la tula. Antes no era ningún privilegio empatarse con un futbolista y menos para alguien como yo, que ya era una estrella consagrada, reconocida internacionalmente y aceptada por los brasileños de todas las clases sociales. Yo fui durante 20 años la mujer de Mané sin exigirle nada, al contrario, ayudándolo económicamente siempre que pude. Mané no tenía ni donde caerse muerto. Nunca le pregunté cuanto tenía en el banco. Yo sólo contaba con lo que me daba a mí la música, que era más que suficiente, a mí nunca me faltaron los contratos.
No he conocido a nadie que amara tan intensamente. De vez en cuando sufría verdaderas crisis de pánico ante la sola idea de perderme, no importa que yo le prometiera, pasándole la mano por la cabeza, que eso jamás ocurriría y le canturreara al oído cancioncitas tiernas que hablaban de hadas y castillos, como se hace con los niños que no pueden dormirse.

Garrincha podía amar con tal intensidad a una mujer que el sentimiento de felicidad que me producía el tenerlo a mi lado, el gozar de sus palabras, sus mimos y sus besos, lo compartían -y se lo disputaban- la madre y la mujer que llevo dentro y esa lucha entre la pasión y la ternura, me dejaba a veces sin aliento. Pero satisfecha, como después de un orgasmo.

Hace poco vino a verme un joven periodista de Sao Paulo que quería hacerme una entrevista. Le abrí la puerta de mi casa en Praia Leme, después de muchos años en que me he negado a hablar de Garrincha con los periodistas, que siempre vienen a que les cuente las mismas anécdotas que todo el mundo conoce. Que si es verdad que yo era la que le compraba la ropa y le aconsejaba cómo debía combinarla para salir a la calle. Que si todavía me acuerdo de la receta de esa feijoada que yo le preparaba el día después de los partidos, lo que se convirtió en un ritual, al que invitaba a algunos amigos. Que les vuelva a contar lo ocurrido aquella tarde en que empezamos a insultarnos y a tirarnos los chismes de la cocina a la cabeza y terminamos riéndonos y abrazándonos, desnudos, en la cama, que era donde resolvíamos todas nuestras disputas.

Recibí a ese joven periodista de Sao Paolo con un cafesinho colado, como lo preparaban mi mamá y mi abuela, como le gustaba a él cuando regresaba de los partidos molido a patadas por los defensas. Yo también necesitaba decirle a la gente lo que siento ahora cuando ya han transcurrido tantos años y vuelvo a pensar en lo que pasó. En lo que nos hicieron los brasileños a Mané y a mí. Mejor dicho, en lo que no hicieron para ayudarlo y evitar que se fuera despedazando de a poquito.

Quería asomar un poco la cabeza sobre el muro que yo misma levanté delante de mi casa para protegerme de la gente, sin dejar de disfrutar cada día de lo que me da este Río luminoso que conoció nuestro amor.

Le dije a ese muchacho de Sao Paolo, lo que yo siempre he creído: que Garrincha y yo vivimos un amor comparable al de Romeo y Julieta. No es sino volver a ver las fotos que nos tomaron hace veinticinco, treinta años, donde se nos puede leer en la cara lo que nos estaba pasando. Estábamos tocados por la gracia de Dios. Los dos, jóvenes y radiantes, como si este pedazo de balón de la vida no se fuera a desinflar nunca.

Viví con él 20 años y le parí dos hijos que le robaron tiempo a mi carrera. Pero qué puede compararse con la dicha de tener una familia con el hombre que más hemos amado. Uno de esos hijos, lamentablemente, ya se me fue, a encontrarse con su papá, allá arriba. Me quedó Sorinha, que se ríe dormida, igual que Mané y me regaló a Joyce, mi linda nietecita. La vida te quita y te da.

Algunas tardes, me pongo a contarle a Joyce quién fue su abuelo. Pero es imposible abarcar con palabras que puedan ser entendidas por un niño, lo que fue Mané. El hombre que mejor encarnó el espíritu con que los brasileños juegan a fútbol, el que creó la mística de una camiseta con el número 7. Héroe, junto a Pelé, de dos mundiales. Los entendidos saben que Mané no fue menos importante que Pelé en las victorias de Brasil. El mismo Pelé lo sabe.

Mané fue Charlot, el mismo personaje de Charles Chaplin, pero transplantado al fútbol. Un romántico payaso del arrabal. Pelé, en cambio, supo oler a tiempo el gran negocio, la fabulosa industria que era el fútbol y las ventajas que se derivan del contacto con el poder y el dinero. Carros, mujeres, tarjetas de créditos, viagra. Ahí donde huele a prosperidad y a poder, encontraremos siempre a Pelé. Garrincha estaba hecho de otro barro. Mi Mané prefería quedarse una hora entera hablando de fútbol con el vendedor del quiosco de periódicos, que terminaba pidiéndole plata para pagar unas medicinas del hijo. Garrincha le entregaba todo lo que tenía en el bolsillo.

A Garrincha lo perjudicó el ser un carajo demasiado humano. La gente se aprovechó de su ingenuidad y de su nobleza. El fútbol le chupó la vida, lo dejó sin salud, sin plata, sin sangre, como quedan las víctimas de la víbora cuando nadie les pudo sacar el veneno del cuerpo.

El destino de Mané pudo cambiar de rumbo en 1962, recién obtenido el campeonato mundial en Chile y con su fama irradiando al mundo entero, pero con las rodillas vueltas cisco. Justo en ese momento, cuando se recuperaba conmigo, en la casa de un compadre en Niteroi, cerca de la playa, del tormento que fue para él ese mundial, jugando infiltrado todos los partidos, y recibiendo fouls de todos los calibres, llegan de Italia dos mandamases del Torino, que era el club de moda en el calcio, donde todas las estrellas del fútbol mundial querían jugar. Venían a ofrecerle 5 millones de dólares al Botafogo por el pase de Garrincha. Eso era una fortuna en esa época, sobre todo para alguien que ya estaba a punto de cumplir los 29 años y tenía estropeado el eje de todo futbolista, que son las rodillas.

Pero los sapos están llamados a cambiar la historia del mundo. Un italiano que vivía aquí en Río y que los dirigentes del Torino habían contratado como intérprete, les sugirió que le hicieran un examen a fondo a las rodillas de Garrincha. Llamaron entonces a un reumatólogo, el doctor Nelson Senise, que le sacó varias radiografías al pobre Mané en la Clínica Pío XII y diagnosticó una artrosis irreversible. Los dos italianos pidieron enseguida un taxi, recogieron sus motetes en el hotel y se fueron para el aeropuerto.

Los problemas con las rodillas venían de tiempo atrás. Jugaba un domingo y sus rodillas se inflamaban, así que tenía que guardar reposo varios días. Regresaba al campo y tácata, otra vez la bolsa sinovial, que es la que envuelve la articulación de la rodilla, poniendo problemas. Entonces tenían que extraerle el líquido y aplicarle la siguiente infiltración, que ya era con cortisona.

En todos esos años me convertí a la fuerza en una experta. Podía entender los preocupantes diálogos que sostenían los médicos frente a la cama donde Garrincha, acostado, con las piernas forradas en yeso, sonreía escuchando la radio en su pequeño transistor, comprado en Suecia en el 58, todo el tiempo pegado a la oreja. Como si la cosa no fuera con él. Como si esas piernas sobre cuyo problemático futuro discutían los médicos, le pertenecieran a otro paciente.
Garrincha era incapaz de meterse en la película de la realidad, mucho menos de aceptarla. Tenía una conflictiva mezcla de niño y de hombre. El niño era el duende que gobernaba sus piernas deformes. Salía a ratos durante los partidos y volvía a esconderse en el cuerpo de un hombre cálido y humano hasta el último hueso pero incapaz de manejar con tino su propia vida y de sacarle el merecido provecho a su fantástica manera de jugar al fútbol. Esa, hablando con dolorosa sinceridad, fue la razón por la cual la vida de Mané, fuera de los estadios, anduviera muchas veces al garete.

Un día, contra mi voluntad y el consejo de un médico amigo, dejó que le operaran los meniscos de la rodilla más afectada. Ese fue el fin de la película. Ahí comenzó la vida a pasarnos todas las facturas de una sola vez. La foto de la rodilla operada mostraba descarnadamente el estado en que quedó la poco confiable herramienta del genio de los estadios y apareció en todos los periódicos. Pero no despertó la solidaridad sino el morbo.

Eso fue en el 64. Un año negro. Nuestra vida entró en barrena. Los problemas de Mané repercutían negativamente en mi vida artística. No había muchos equipos que quisieran contratar a un hombre con las rodillas podridas.

Pasaban las semanas y los meses y él seguía desempleado y cada vez más enganchado a la botella. Para más fastidio, mi empresario empezó a cantaletearme con que mi imagen se estaba deteriorando por andar con Garrincha. Que había gente que no quería contratarme porque después él llegaba y se emborrachaba en el local y daba espectáculo. Cuando me decía eso yo lo amenazaba con no volver a cantar. Con dejarlo todo tirado. Qué iba yo a abandonar en su peor momento al hombre que amaba con toda el alma. El dinero que yo ganaba había veces que no alcanzaba pero siempre se les pudo cumplir a los hijos que él tuvo con las otras mujeres.

Mané estaba destrozado. La prensa brasileña se encargó de propagar su invalidez tras la operación. Claro que después la rodilla mejoró algo y él pudo disputar uno que otro partido y recoger algo de plata pues le pagaban por partido jugado. Como los clubes conocían su situación, sacaban el dinero de la taquilla y se lo entregaban en el mismo estadio después de los partidos.

La verdad es que su amor propio y su deseo de recoger los últimos dólares donde fuera para ayudarme a mí con los gastos de la casa, lo llevaron a cometer algunas imprudencias. Como esa de irse a jugar a Barranquilla. Garrincha, en ese momento, ya había empezado a morirse por dentro. Las mujeres leemos estas cosas en los ojos del hombre que amamos. Estaba acabado para el fútbol pero no lo quería admitir. Seguía diciendo lo mismo que dijo toda la vida: “Mañana va a estar mejor, Criolla. Hoy pierdo, mañana gano”.

Cuando regresó de la corta aventura de Barranquilla, que fue un fracaso, aunque le dejara unos buenos dólares, comenzó el drama en serio. Él estaba roto, literalmente. Desesperado. Decepcionado de la gente, que en ese momento ya le había dado la espalda. Los dirigentes, los periodistas, viejos hinchas, muchos compañeros, que dejaron de llamarlo, de preguntar por su vida. Ya la gente no se volteaba a verlo en la calle. Se entregó a la bebida. No paraba de tomar. Fueron años tormentosos, una situación que se hizo insoportable. Lo regañaba, me prometía que no volvería a beber. Al día siguiente no se acordaba de nada. Mañana será mejor, Criolla. Hoy pierdo, mañana gano.

Por las noches se iba a verme a los clubes nocturnos donde yo cantaba, se sentaba en una mesa y bebía sin parar. Aguardiente, vodca con limón, caipirinha, güisqui, lo que hubiera. Yo hice todo lo humanamente posible para apartarlo del trago. Llegué a prohibirles a los dueños de algunos locales que le sirvieran licor. Lo regañaba. Vete para la casa, Mané, acuérdate que mañana tienes que entrenar, llevas dos días sin dormir apenas. Pero él insistía en acompañarme a todas partes. Y se quedaba hasta el final de mis shows, que terminaban a las 4 de la madrugada. Garrincha era ya un caso perdido.

No me aparté un solo instante de su lado, sobre todo después de las advertencias de los médicos. Acompañé su largo y doloroso martirio físico, las piernas dañadas para siempre, el final de su carrera. Fueron demasiadas desgracias juntas para un hombre tan vulnerable.

Después me tocó enfrentar y lidiar la etapa final de su crisis, cuando su salud se desplomó del todo. Garrincha tocó fondo, es verdad, pero nunca se convirtió en un sonámbulo, o en un fantasma, como dijeron, con mala fe, los periodistas.
Lo terrible, lo que jamás olvidaré, aunque ya lo haya perdonado, es que nos dejaron solos en el momento más difícil. No hubo un solo brasileño, de los que lo llamaban “La alegría del pueblo” que se apareciera con algo en la mano o en el corazón. No tuve nadie a quien acudir, porque todo el mundo se desentendió del drama de Garrincha. A la gente le resultaba más fácil echarme la culpa a mí, la cantante de cabaré. La puta devoramachos.

Durante muchos años, el rencor por lo que nos hicieron no me dejaba vivir. Lo tenía atravesado en la garganta. Me afectaba a veces hasta para cantar. Pero un día decidí sepultar todo ese pasado. Ahora prefiero recordar los momentos lindos vividos al lado de Garrincha, viéndolo jugar, amándolo cada mañana y cada noche y oyéndolo decir a cada rato: Mañana va a esta mejor, Criolla. Hoy perdí, mañana voy a ganar. No tenía razón, pero era tan lindo oírselo decir. Sobre todo sabiendo, como lo sabía yo, que lo decía para que lo perdonáramos.


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