martes, 28 de octubre de 2008

LA MALDICION DE BELA GUTTMAN




increible post que encontre en el diario AS lo comparto!
chau

La maldición de Bela Guttman
Por Óscar García
El fútbol nos ofrece de vez en cuando regalos que quizá sólo valoramos en su justa medida con el paso del tiempo. Hombres de enorme categoría humana, con una vida tan apasionante o más lejos de los estadios que en los terrenos de juego y cuya huella permanece indeleble con el transcurrir de los años. Es el caso del húngaro Bela Guttman, centrocampista estrella del fútbol europeo en los años 20, uno de los mejores entrenadores de todos los tiempos y que por haber nacido judío vio como buena parte de su vida se convertía en un sufrimiento, en una lucha por sobrevivir.
Su religión le llevó a abandonar su Hungría natal en 1921 para hacer carrera en Viena con el Hakoah (fuerza en hebreo), un equipo formado exclusivamente por judíos. El profesionalismo no se había instalado aún en el fútbol y la principal preocupación de Guttman en esos tiempos era cómo pagar las facturas. Para ello fundó una escuela de baile, donde él mismo impartía clases de danza clásica.
El vistoso juego de aquel Hakoah provocó que el club comenzara a despertar tantos elogios como reticencias. En la Austria de mediados de los años 20 no era bien visto que un grupo de judíos se hubiera convertido en la referencia futbolística del país. La religión siempre estuvo presente en su vida y volvió a cruzarse en su camino poco después para llevarle hasta Estados Unidos, donde los judíos controlaban todos los clubes importantes. Permaneció allí seis años y en 1932 regresó a la vieja Europa para impartir su magisterio desde los banquillos. Pasó por 19 equipos en una extensa y exitosa trayectoria que tiene un vacío de seis años. Entre 1939 y 1945 se desconoce qué fue de su vida. “Dios me ayudó”, decía Guttman.
Estuvo cerca de provocar la ruina del modesto Enschede, precursor del actual Twente, al acordar con los dirigentes unas primas multimillonarias si eran campeones de Liga. Los directivos, que no tuvieron problema en aceptar un reto que creían imposible de cumplir, vivieron los últimos encuentros del campeonato en una angustia permanente. El equipo luchó hasta el final por un título que de haberlo conseguido hubiera provocado la ruina económica del club.
De Puskas al 4-2-4
Hizo campeón al Ujpest húngaro, trabajó a cambio de la comida en un pequeño conjunto rumano y dirigió en el Kispest (Honved) a algunos de los mejores jugadores húngaros de siempre, como Puskas, Czibor o Kocsis. Allí vivió un agrio enfrentamiento con Ferenc Puskas que terminó provocando su marcha. Cuentan que discutieron en el descanso de un partido y Guttman vivió la segunda parte sentado en el banquillo, fumando mientras leía una revista. Entendía que si no tenía el respeto de los futbolistas no había razón para seguir en el club y se fue.
Pasó por Italia antes de llegar a Brasil, donde dejó una herencia que nunca le agradecerán lo suficiente. En 1957 hizo campeón del Paulistao al Sao Paulo y allí implantó un sistema de juego que un año después trasladó Feola hasta la selección de Brasil para ganar el Mundial de Suecia. Los precursores de aquel 4-2-4, basado en que seis hombres debían atacar y otros tantos defender, habían sido Marton Bukovi y Gusztav Sebes, el seleccionador de la gran Hungría de los 50. Guttman lo perfeccionó y Feola lo copió.
Su siguiente destino fue Portugal, donde salió campeón con el Oporto antes de hacer historia con el Benfica. Dicen que en una peluquería de Lisboa empezó Guttman a construir el mejor Benfica que se haya conocido. Allí coincidió con el brasileño José Bauer, al que había entrenado en el Sao Paulo, quien le puso tras la pista de un jugador mozambiqueño del Sporting Maputo. Unos días después Eusebio fichaba por el Benfica.
En 1962 el Benfica se impuso al Real Madrid en la final de la Copa de Europa, pero ese mismo verano una serie de discrepancias con los dirigentes del Benfica provocaron su salida del club. Guttman no esperaba el trato recibido y se fue dejando una advertencia que ha terminado por convertirse en una suerte de maldición. Aseguró que sin él, el Benfica nunca más ganaría una final de Copa de Europa. Y así ha sido. Desde entonces el Benfica ha perdido las cinco finales que ha disputado.
Directivos y jugadores benfiquistas han llegado a visitar la tumba de Guttman en Viena, pero ni así han logrado acabar con una maldición que sigue vigente casi 50 años después.




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El entrenador húngaro, que llevó al Benfica a ganar dos Copas de Europa en el arranque de los sesenta, fue despedido por la entidad portuguesa debido a que pidió un aumento de sueldo. El día que se despidió del club lo hizo lanzando una sentencia que en aquel momento fue tomada de forma anecdótica pero que se ha convertido en toda una losa para el Benfica. “Sin mí, el Benfica no volverá a ganar una copa europea”. Desde entonces ha disputado seis finales y las ha perdido. Cinco de Copa de Europa y una de la Uefa.
GUTTMANN, EL TROTAMUNDOS. Bela Guttman [Budapest, 1900-Viena, 1981] fue un trotamundos como jugador y también lo fue como entrenador. En su etapa como jugador fue un destacado mediocentro húngaro de origen judío que conquistó dos títulos de Liga con el MKT Budapest, jugó con la selección en los Juegos Olímpicos de París de 1924, y marchó al Hakoah Viena. Este equipo austriaco se convirtió en uno de los más importantes de centroeuropa en la década de los años 20. Su popularidad le llevó a medirse con el West Ham United inglés. El primer partido se disputó en Viena y el resultado fue de empate. Los ingleses se comprometieron a disputar el desempate en Londres. Allí, el Hakoah humilló a los hammers endosándoles un rotundo 0-5. Bela Guttmann siempre fue inquieto. Tras una gira por Estados Unidos se quedó asombrado tras disputar un partido en el New York’s Polo Ground ante 46.000 espectadores. Por ello, y porque buena parte de los clubes eran de propiedad judía, decidió marcharse a la liga estadounidense donde jugó 176 partidos hasta su retirada a la edad de 32 años. Sus inicios en el banquillo estuvieron ligados al Hakoah Viena. Posteriormente marchó al Enschede holandés [actual Twente] y ganó la Liga. También ganó la Liga húngara en la temporada 1938/39 con el Ujpest. Tras la II Guerra Mundial siguió entrenando en Hungría. Se hizo cargo de las riendas del Kispest Honved, con el que ganó otros dos campeonatos. El Honved era propiedad del padre de Ferenc Puskas, detalle que podría ser anecdótico pero que fue crucial en su trayectoria en la institución. Su marcha se produjo tras un roce con Puskas hijo. Guttmann quiso cambiar a un defensa y Puskas se negó. El cambio no se produjo. Guttmann se había dado cuenta que acaba de perder el respeto de sus jugadores. Se sentó en el banquillo, ojeó una revista hasta la conclusión y presentó la dimisión. Marchó a Italia. Tras pasar por los banquillos de Pádova y Triestina recaló en el AC Milan en 1953. El camino de Trieste a Milan no lo hizo solo. Se llevó a un prometedor defensa de la Triestina: Cesare Maldini. Se convirtió en uno de los jugadores históricos del club rossonero. Fue el encargado de levantar la primera Copa de Europa de los milanistas en 1963. Pero, sobre todo, fue uno de los mejores defensores de su época. Guttmann tuvo un gran equipo a sus órdenes. Contó con el trío ‘gre-no-li’. Es decir, con los delanteros suecos: Gunnar Gren, Gunnar Nordahl y Nils Liedholm. Los tres formaron parte del combinado nacional que había sido oro olímpico en los Juegos de Londres de 1948. Además, también contó con el uruguayo Juan Alberto Schiaffino. Uno de los autores de goles del llamado ‘maracanazo’. Con este plantel, el Milan ganó el título de 1955. Nordahl fue el máximo goleador del torneo. El sueco actualmente es el segundo máximo goleador de la historia del Scudetto. En 1956 salió por la puerta de atrás del Milan y se despidió de Italia tras entrenar al Vicenza. SU LLEGADA A PORTUGAL. De Bela Guttmann se dice que fue un gran estratega. La leyenda dice que él fue el inspiró el 4-2-4 con el que Brasil se proclamó campeona en el Mundial de 1958. Se dice que Guttmann durante su etapa en el MTK decidió fortalecer el medio del campo y para ello comenzó a emplear un 4-2-4 que Bukovi y Sebes también empezaron a utilizar. En 1957 Guttmann volvió a dirigir al Honved. El mítico Honved en el que jugaban: Puskas, Czibor, Kocsis, Bozsik, Budai, Lorant y Grosics. Con este 4-2-4 el Honved realizó una gira por Brasil. Allí se enfrentó a varios equipos. El conjunto húngaro maravilló y Guttmann se quedó en Brasil para hacerse cargo del Sao Paulo. Un Sao Paulo al que llevó al título en 1957. En este equipo formaron Dino Sani y Mauro Ramos, que ganaron el Mundial de 1958, y, sobre todo, destacaba la presencia del veterano Zizinho. Él fue el primer centrocampista brasileño que impactó a nivel mundial.




Tras su paso por Brasil, Guttmann puso rumbo a Portugal. En concreto a Oporto. Ganó la Liga con los dragoes. El Benfica se fijó en él y le contrató un año más tarde. Alrededor de este húngaro hay mucha mística y leyenda. Otra de esas leyendas dice que antes de firmar con el Benfica pasó por la barbería. En ella, coincidió con José Bauer, que en ese momento era el técnico del Sao Paulo. A lo largo de la conversación surgió el nombre de un joven mozambiqueño que tenía cautivado a Bauer. Guttmann decidió mandar a un ojeador y Eusebio Ferreira llegó a Lisboa a finales de 1960. Con la pantera negra, Guttmann encontró lo que al Benfica le faltaba para aspirar a la corona continental. De hecho, el primer triunfo europeo de las águilas se remonta a 1960. La irrupción de Eusebio no pudo ser más estrepitosa. En la final del Torneo de París de 1961, el Benfica iba perdiendo 3-0 con el Santos de Pelé y tan sólo habían transcurrido 20 minutos de partido. Guttmann desesperado decidió poner a Eusebio en el campo. El mozambiqueño respondió a la confianza de su entrenador con tres goles que igualaron el partido y que provocaron la reacción de Pelé. El astro brasileño hizo dos goles y su equipo terminó ganando por 6-3. Pero el gran triunfador de la noche fue Eusebio. La crónica de France Football es fiel reflejo de ello: “Eusebio 3, Pelé 2″. El camino hasta la final de Berna fue relativamente cómodo para el Benfica. Eliminó al Hearts, Ujpest, AGF y Rapid de Viena. Pero el rival en la final iba a ser el todopoderoso FC Barcelona. El conjunto azulgrana había eliminado en primera ronda al Real Madrid, equipo que había ganado las cinco copas de Europa que se habían disputado hasta la fecha. Tenía un conjunto temible encabezado por los húngaros Kubala, Kocsis y Czibor más Evaristo y Luis Suárez. El Barça partía como favorito. Pero no cumplió. Se estrelló con la madera. Hasta cuatro balones acabaron en los postes. El Benfica no pudo contar con Eusebio en la final debido a que no había podido de arreglar el contrato con el club lisboeta. A pesar de ello, las águilas se impusieron por 3-2 en la prórroga. El título de campeón de Europa lo iba a revalidar en la temporada siguiente. Y lo iba a hacer ante el mismísimo Real Madrid que alcanzó la final y que quería sumar su sexto título en siete ediciones. El conjunto blanco tuvo una difícil eliminatoria de semifinales ante la Juventus. Di Estéfano firmó el tanto del triunfo madridista en Turín. Pero la Juve repitió resultado en Charmartín, infligiendo al Real Madrid la primera derrota europea en casa de su historia. Fue necesario un partido de desempate en París que concluyó con triunfo blanco por 3-1. Si el Real Madrid sufrió en cuartos, el Benfica lo hizo en las semifinales ante el Tottenham Hotspur. 3-1 en Lisboa y derrota por 2-1 en The Lane. La final de Ámsterdam iba a enfrentar a los dos únicos campeones de la competición. Y Guttmann iba a poder contar con Eusebio, que estaba maravillando al continente con el fútbol que tenía en sus botas. Además, Guttmann tenía la posibilidad de tomarse una pequeña revancha con Puskas. El jugador húngaro fue el mejor de los blancos. Firmó tres goles, todos los que hizo el conjunto de Charmartín en aquella tarde. Pero el Benfica hizo cinco, dos de ellos de Eusebio. Parecía que el Benfica iba a sustituir al Real Madrid en el trono continental. Si los blancos habían dominado la década de los 50 con Di Estéfano como gran abanderado, el Benfica se encomendaba a Eusebio y Guttmann para imponer su tiranía. El Benfica parecía un equipo imbatible. Con un poderío ofensivo notable y con un Eusebio al que ninguna defensa lograba frenar o, al menos, minimizar. Guttmann afrontaba su tercer año en la entidad. El húngaro pensaba que la tercera temporada era la más difícil para un entrenador. Por ello, durante el verano pidió un aumento de sueldo. Las negociaciones entre técnico y directiva no llegaron a buen puerto, hubo mucha tensión y el club decidió cesar Bela Guttmann. Tras el cese, el húngaro profirió la ya cita frase de “sin mí, el Benfica no volverá a ganar una copa europea”. La frase comenzó a tener sus efectos en ese mismo 1962. A finales de año, en la disputa de la Intercontinental que se llevó el Santos de Pelé.




SEIS DECEPCIONES. Con la derrota en la Intercontinental no se quiso dar mayor importancia a la frase de Guttmann. Normal. Al fin y al cabo, la Intercontinental no era una competición europea y, por supuesto, ¿quién iba a creer esa amenaza cuando se tenía un equipo tan potente?. En 1963 el Benfica alcanzó la final de la Copa de Europa que se iba a disputar en Wembley. El rival era el AC Milan de Nereo Rocco que contaba con Gianni Rivera, Cesare Maldini, Giovanni Trapattoni y José Altafini, que se convirtió en el máximo realizador del torneo con 14 dianas. La final también era el escenario en el que se iban a enfrentar dos de las más grandes figuras futbolísticas del momento: Altafini y Eusebio. Ambos fueron los encargados de inaugurar el marcador. Altafini adelantó al Milan y Eusebio igualó la contienda. Pero Altafini iba a decantar el título con otro gol, logrado a pase de Rivera. En 1964, el Benfica cayó eliminado en primera ronda por el Borussia de Dortmund. Iba a ser un año después cuando las águilas alcanzasen su cuarta final de la máxima competición continental. De nuevo iba a enfrentarse a un conjunto italiano de la ciudad de Milán, pero esta vez su rival iba a ser el Internazionale, que era el vigente campeón de la competición. El Inter acrecentó la leyenda. Los elementos se aliaron con los neroazurri. El Inter jugaba en San Siro. La climatología no acompañó, llovió y el agua impidió que el Benfica practicase su estilo ofensivo. El Inter defendió con orden y rigor y, además, consiguió golpear primero gracias al tanto que Jair logró al filo del descanso. Este gol sirvió a los neroazurri para ganar su segunda y última Copa de Europa hasta la fecha. El Benfica perdía por segunda ocasión aunque firmaba un quinquenio de excepción: cuatro finales con dos títulos. La carrera de Eusebio tocó techo en 1968 y la del Benfica también. La pantera negra fue elegido Balón de Oro por France Football. Fue la primera ocasión en la que se otorgó este premio y el galardón recayó sobre el mejor jugador del momento. El Benfica estaba considerado como el mejor equipo de Europa. Tras eliminar a Gletoran [se deshizo de este rival gracias al valor doble de los goles en campo contrario, primera vez que se utilizó este sistema para decidir una eliminatoria igualada], Saint Etienne, Vasas y Juventus, el Benfica regresó a Wembley. No era un escenario que le traía buenos recuerdos y, además, iba a tener que jugar contra un equipo inglés: el Manchester United de Matt Busby. Un detalle nada anecdótico ya que los diablos rojos no habían conseguido ganar ningún partido fuera de casa durante las eliminatorias previas. En Wembley iban a contar con el apoyo de sus seguidores. Hibernian, Sarajevo, Gornik y Real Madrid fueron sus obstáculos para llegar a Wembley. La final no registró goles hasta la segunda mitad. Bobby Charlton, en el 54’, inauguró el marcador. Jaime Graça igualó minutos después. Se llegó a la prórroga. En ella, Charlton, Best y Kidd hicieron los tantos del United. 4-1. Tercera final perdida para el Benfica. 15 años iba a tardar el Benfica en regresar a una final europea. No fue en la Copa de Europa, sino en la Copa de la Uefa de la temporada 1982/83. El Benfica contaba en el banquillo con la dirección de un entrenador sueco: Sven-Göran Ericksson. Eliminó a Betis, Waasland, Zürich, AS Roma y Universidad de Cracovia. El equipo a batir era el Anderlecht belga. El club belga había ganado dos Recopas, perdido otra, y dos Supercopas de Europa durante la década de los 70. En esa temporada, antes del partido de vuelta de la eliminatoria ante el Oporto, Van Himst relevó a Tomislav Ivic en el banquillo. Se plantó en la final que se disputaba a doble partido. En la ida, el Anderlecht venció por la mínima gracias a un solitario gol del danés Brylle. El Estadio de la Luz registró un gran lleno para la vuelta. El Benfica acariciaba el título a pesar del resultado en contra que traía de Bélgica. Sheu, en el 36’, adelantó a las águilas e igualaba la final, pero el español Lozano, dos mimutos después del tanto portugués, puso el 1-1 con el que iba a finalizar el partido. La Uefa era para el Anderlecht y Bela Guttmann se reía desde su tumba en Viena, en la que descansaba desde hacía dos años. Un año después de que el Oporto levantase su primera Copa de Europa en la final que le enfrentó al Bayern de Munich, el Benfica tenía la posibilidad de romper la maldición de Guttmann en la quinta final continental que iba a disputar tras la marcha del húngaro. De nuevo era finalista de la Copa de Europa. Stuttgart acogió la final. En ella el Benfica iba a tener que enfrentarse con el PSV Eindhoven de Guus Hiddink. El PSV no enamoró a Europa. Europa estaba del lado del Benfica. Ganó tan sólo tres de los nueve partidos que disputó en la competición. A penas hizo goles. Superó los cuartos de final [Girondins] y la semifinal [Real Madrid] gracias al valor doble de los goles conseguidos fuera de casa y, además, se granjeó la antipatía europea debido a la entrada que Koeman realizó a un jugador francés al que lesionó de gravedad. El PSV contaba con un gran portero bajo palos: Van Breukelen. Además en defensa contaba con el ya citado Koeman y con el belga Gerets, El fútbol en la medular lo creaba el danés Lerby y en las bandas contaba con Vanenburg y Gillhaus. En ataque, el delantero centro era Wim Kieft, El Benfica había eliminado a Partizan, AGF, Anderlecht y Steaua de Bucarest para llegar a la final. El encuentro concluyó 0-0. Se disputó la prórroga y el marcador no se movió. En los penaltis, el PSV acertó con todos mientras que Veloso falló el sexto por parte del Benfica. La maldición estaba más viva que nunca. La última final que hasta la fecha ha disputado el Benfica fue dos años después de la derrota en Stuttgart. En 1990. El escenario iba a ser el Pratter vienés. Como el Benfica iba a visitar Viena, donde está la tumba de Bela Guttmann, al club se le ocurrió poner punto y final a la maldición. Una delegación lisboeta encabezada por Eusebio hizo una ofrenda floral en la tumba del húngaro y rezó antes de la disputa de la final en la que las águilas iban a volver a verse las caras con el AC Milan. El Milan de Sacchi atemorizaba Europa. Estaba revolucionando el fútbol y ya había ganado una Copa de Europa 12 meses antes en el Camp Nou. El Milan sufrió para llegar a la final. Sobre todo ante el Real Madrid en octavos y ante el Bayern de Munich en semifinales. Derrotó a los alemanes en la prórroga. El camino del Benfica también fue duro y, al igual que el Milan, sufrió en semifinales. El Olympique de Marsella era uno de los conjuntos favoritos para hacerse con el triunfo final. Era el aspirante al trono del Milan, incluso se decía que el único que podía batir al cuadro rossonero. El Olympique cayó en las semifinales ante el Benfica en un polémico encuentro de vuelta que se resolvió gracias a un tanto de Vata. Tampoco se vio una gran final, pero sí se vio a un Benfica gris, sin ideas para abordar al Milan. Rijkaard, en el 68’, marcó el 1-0 definitivo. Esta fue la última vez que el Benfica se asomó a una final continental que perdió como las cinco anteriores que había disputado tras la marcha de Bela Guttmann. De momento, la maldición de Guttmann sigue haciendo efecto a las águilas.
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tomado de DON BALON
10/10/2006.- Ninguna figura del fútbol hebreo ha podido alcanzar el reconocimiento de que gozó Béla Guttman. aunque nunca viviera en la ‘tierra prometida’, la suya fue una carrera unida inseparablemente a su pueblo, el judío, y a su tiempo, el siglo XX, trágico para los súbditos de la Estrella de David. Béla entendió la universalidad del deporte, y supo driblar al dolor y la muerte con sólo dos armas: un balón y una maleta siempre lista.
El 17 de abril de 1926, los pasajeros del Berengaria fueron bendecidos por una mole imponente. En un ritual que millones de emigrantes seguirían a lo largo del siglo XX, los jugadores del Hakoah vienés contemplaban asombrados el símbolo del país de las oportunidades: la estatua de la Libertad. Entre ellos se contaba un mediocentro húngaro llamado Béla Guttman.Aunque nacido en Budapest, Guttman había aceptado en 1921 la oferta del Hakoah austriaco para integrarse en un equipo exclusivamente formado por judíos. Dejaba atrás el MTK -con el que había ganado la liga esa misma temporada-, para reforzar la medular de un conjunto que dominaría el fútbol centroeuropeo, cuando éste constituía la primera referencia mundial.En Viena, el medio húngaro alternó sutiles pases al área con pasos de baile no menos delicados: fundó una academia que complementaba su sueldo de futbolista amateur, al tiempo que le permitía ejercer su titulación de instructor de danza clásica. Muchos periodistas trazarían después un vínculo entre esa formación y el juego elegante y preciosista de Béla.La irrupción del profesionalismo en Austria, en 1924, encontró a Guttman convertido en toda una estrella. Venciendo todas las reticencias antisemitas de la Viena de entreguerras, el Hakoah comenzó a ser temido y, más difícil todavía, respetado. Y Béla era una de sus referencias. Levantar el primer título profesional del país confirmó la hegemonía del cuadro hebreo, pero un doble duelo con el West Ham desató la admiración de medio mundo. Desde la conclusión de la Primera Guerra Mundial no se había producido ningún enfrentamiento futbolístico entre Inglaterra y Austria, hasta que el West Ham realizó una gira por la Europa continental. En ella, se aceptó un amistoso en Viena. El Hakoah arrancó a los jugadores ingleses un empate a uno y, de sus directivos, el compromiso de un partido de vuelta en Londres. Cualquier aficionado vienés hubiera firmado una honrosa derrota, así que cuando a Austria llegaron las primeras noticias sobre el resultado final nadie pudo contener la euforia: los ‘judíos’ habían goleado 0-5 al West Ham. El Hakoah -la fuerza, en hebreo- se agrandaba a cada partido y la figura de Guttman maduraba en paralelo.Los ‘judíos invencibles’Así fueron presentados a su llegada a Estados Unidos. Aquel viaje se enmarcaba dentro de la labor de proselitismo hebreo que guiaba la vida del club. Difundir la existencia del pueblo judío y su necesidad de un estado constituía uno de los principios rectores de la entidad. Pero aquel viaje supondría su declive. En aquel momento, la mayoría de los clubs de la costa este americana eran propiedad de familias judías, así que después de la gira, más de la mitad del equipo decidió seguir su carrera en la American Soccer League. Guttman integró dos años la plantilla de los Giants y posteriormente revitalizó sus lazos con la comunidad hebrea al defender la camiseta del Hakoah All Stars. El crash económico de 1929 no fue suficiente para devolver a Guttman a una Europa en la que que crecía sin freno la hiedra del fascismo. Pero el cierre de la ASL, en 1932, terminó por convencerle: su sitio estaba en Viena.Un gran medio centro había dejado Europa en 1926, pero América devolvió seis años después un entrenador todavía más imponente. Comenzó en la primavera de 1933 una carrera que se extendería a través de cuatro décadas y una decena de países. Tras tomar las riendas de un Hakoah venido a menos, en 1935 aceptó el reto de preparar al Entschede holandés -esqueleto del actual Twente- que dirimía su permanencia en la máxima categoría. Guttman, que haría de las negociaciones al límite una de sus señas de identidad, acordó con la directiva un incentivo económico estratosférico en caso de hacerse con el campeonato nacional. Los responsables aceptaron gustosos, pero cuando el Entschede rompió todas las quinielas al ganar el título regional y pelear por la liga holandesa, empezaron a rezar por las derrotas: la victoria final -que no se produjo- hubiera supuesto la bancarrota del club.En 1937, Guttman regresa al Hakoah, que sobrevive en segunda división. El Anschluss (anexión alemana de Austria) le da el golpe de gracia y expulsa a Guttman del país: antes de la Segunda Guerra Mundial, aún haría campeón de liga y de la Copa Mitropa -la Liga de Campeones de la época- al Ujpest húngaro.Los siguientes seis años de la vida de este trotamundos del balón nunca estuvieron claros. Él mismo resolvía con un lacónico “Dios me ayudó” cualquier pregunta al respecto. La victoria aliada de 1945 devuelve a Guttman a los banquillos. Primero, en el del Ciokanul rumano, al que prepara a cambio de comida. Después, en el del Ujpest, al que vuelve a convertir en campeón. Y más tarde en el del Kispest -futuro Honved-, en cuyas filas despunta un joven Ferenc Puskas. Una pelea con éste, que se atrevió a discutirle una decisión táctica, le obligó a dimitir. Puskas le contradijo durante el descanso de un partido, y Guttman, creyendo haber perdido el respeto de la plantilla, se sentó en el banquillo durante la segunda mitad, con un cigarrillo en una mano y una revista en la otra. Al finalizar el encuentro, se subió al tranvía y se marchó. Nunca volvió al club.Más sellos en el pasaporteA partir de ese momento, Guttman le da una nueva dimensión a su carrera como entrenador. Abandona el ámbito centroeuropeo y recorre los vestuarios de medio mundo, rara vez permaneciendo en ninguno de ellos más de un curso. Padova, Triestina, Boca Juniors, Quilmes, Appoel Nicosia, Milan, Vicenza... instituciones ilustres salteadas con otras menos históricas, representantes de la clase media-baja del fútbol mundial. En 1956, después de dirigir las andanzas de un equipo de exiliados húngaros por Brasil, Béla toma la batuta del São Paulo, con el que levanta el título estatal. Pero su gran legado en el país sudamericano sería la popularización del 4-2-4, sistema que imitó el seleccionador Feola en Suecia’58. Brasil sumaría con esa táctica su primera estrella de campeón mundial.En 1958 llega al Oporto para hacerle campeón en un sprint final espectacular sobre el Benfica, que inmediatamente decide hacerse con sus servicios. Sólo tres temporadas le bastaron para grabar el nombre del cuadro lisboeta en el Olimpo del fútbol europeo. La primera campaña (1959-60), comenzó con un despido masivo en la plantilla (20 jugadores) y se cerró con el título de liga.Un día de finales de 1960, con el equipo benfiquista a punto de levantar otra liga y de cortocircuitar la hegemonía madridista en la Copa de Europa, Guttman va al barbero. En el sillón de al lado peinan a José Bauer, un ex jugador brasileño al que Béla había entrenado en São Paulo y que se encuentra en Lisboa después de realizar una gira por las colonias lusas en África. Bauer le habla de un joven futbolista mozambiqueño que actúa en el Sporting de Maputo. Guttman espera a que el peluquero concluya su trabajo, se despide de Bauer... y a los tres días Eusebio firma su contrato con el Benfica. Un año más tarde, el propio Eusebio lideraría la conquista del segundo cetro continental de las ‘Águilas’, sintomáticamente conseguido contra el Real Madrid. Al término de aquella final se produjo una imagen para la historia: Ferenc Puskas y Eusebio, dos futbolistas vinculados a Guttman en diferentes momentos, se intercambiaban las camisetas. Alguien vio en ese gesto el relevo generacional del fútbol europeo, un tránsito entre décadas, estilos y estrellas.Discrepancias económicas motivaron el adiós de Guttman al Benfica aquel mismo verano de 1962.Dolido, el húngaro vaticinó que, sin él, el Benfica nunca más volvería a celebrar un título continental. Habituado a vaciar y llenar la maleta, Béla se marcharía a Uruguay, donde con el Peñarol completó su ‘repóker’ de ligas nacionales. Falleció en 1981, en Viena. Y aunque la directiva del Benfica tratara de conjurar la maldición del húngaro realizando una ofrenda en su tumba, parece que la condena de Béla sigue vigente. No podrán decir que no lo avisó.

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